HONRAR AL PADRE CELESTIAL (Parte I)

Conocer, honrar y amar al Padre…

Estas tres cosas nos pide nuestro Padre Celestial en la relación con Él. Las tres están relacionadas entre sí. Cuanto más conozcamos al Padre, tanto más lo honraremos y amaremos.

El honor que le rendimos a Dios es encendido por el conocimiento de su santidad. Todos los auténticos gestos de piedad y adoración al Padre Celestial señalan su santidad. ¡Sólo Él es digno de adoración!

Sabemos que, si damos a una criatura el honor y la adoración que sólo Dios merece, caemos en el pecado de idolatría, que es un rechazo a Dios; una distorsión y perversión de la realidad.

Honramos a Dios por su inconmensurable santidad, uniéndonos así a la multitud de criaturas que le adoran y viven como hijos suyos en la verdad, porque Él es digno de adoración. Quien adora al Padre en espíritu y en verdad (Jn 4,24), rindiéndole así el honor que le corresponde, despierta a la realidad y caen de sus ojos las escamas de la ceguera. Entonces, comienza a ver.

Dios, como un amoroso Padre, acepta complacido el honor que le rendimos. Éste no tiene nada que ver con una sumisión servil que, estando marcada por el miedo, porta en sí el germen de la rebelión. Antes bien, la reverencia que le ofrecemos a Dios y que Él merece, es una respuesta libre y digna al hecho de encontrarnos con Aquél que llamó todo a la existencia a partir de la nada y que todo lo ordena en su sabiduría.

¿Quién podría negarse a adorar y rendir todo el honor a este Dios tan santo?