El servicio profético

Hch 12,24–13,5

En aquellos días, la palabra de Dios crecía y se multiplicaba. Bernabé y Saulo volvieron a Jerusalén una vez cumplido su ministerio, y se trajeron a Juan, llamado Marcos. En la iglesia de Antioquía había profetas y maestros: Bernabé y Simón, que era llamado el Negro, Lucio, el de Cirene, y Manahén, hermano de leche del tetrarca Herodes, y Saulo.

Mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, dijo el Espíritu Santo: “Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra que les he destinado”. Y después de ayunar, orar e imponerles las manos, los despidieron. Entonces ellos, enviados por el Espíritu Santo, bajaron a Seleucia, y de allí navegaron rumbo a Chipre. Al llegar a Salamina se pusieron a predicar la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos, y tenían a Juan como colaborador.

En la lectura de hoy, escuchamos que “en la iglesia de Antioquía había profetas y maestros”, e incluso se nos dicen sus nombres.

Hoy en la Iglesia Católica ya no estamos acostumbrados a hablar de profetas. Pareciera que estas figuras pertenecen solamente al Antiguo Testamento. El Catecismo nos enseña que todo bautizado participa de la función real, sacerdotal y profética de Cristo (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1268). Tal vez algunos conozcan dentro del marco carismático las profecías, como un carisma concedido por el Espíritu Santo (cf. 1Cor 12,10), y quizá reflexionamos también sobre la misión de los laicos en el mundo en su dimensión profética. Pero no conocemos profetas ejerciendo un ministerio específico en la Iglesia.  Tal vez los que más se acercan al concepto de “profetas” son los fundadores de órdenes religiosas o los iniciadores de movimientos espirituales. Quizá también se pueda hablar de una dimensión profética en la vida de algunos santos y fieles, pero no conocemos –o ya no conocemos– el término de “profetas” como una vocación específica dentro de la Iglesia.

Evidentemente la situación era distinta en la Iglesia naciente. El término “profeta” era igual de natural que el de la guía del Espíritu Santo. El texto de hoy nos dice que Bernabé y Pablo fueron “enviados por el Espíritu Santo” para llevar a cabo la obra que Él les había destinado. No se nos describe aquí a detalle cómo fue que les habló el Espíritu ni por medio de quién lo hizo, pero, en todo caso, no les quedó ninguna duda de que realmente había sido el Espíritu Santo quien había hablado. Hoy en día, generalmente somos más cautelosos cuando hablamos de la guía del Espíritu… Pero, ¿dónde encontramos en nuestro tiempo un espíritu profético que no esté directamente vinculado con el ministerio sacerdotal?

En 2018, el Cardenal Brandmüller, un canonista alemán, dio una conferencia en Roma sobre el papel de los fieles en la preservación de la doctrina. Refiriéndose a la crisis arriana en el siglo IV, Brandmüller dijo que en aquella época fueron los laicos quienes defendieron la verdadera fe, mientras que muchos obispos asumieron la falsa doctrina y se contradecían unos a otros. Citando al Cardenal Newman, afirmó que en esta crisis el dogma de la Divinidad de Cristo fue defendido y preservado mucho más por aquellos que simplemente permanecieron fieles a la gracia bautismal que por los que tenían la tarea de enseñar en la Iglesia.

Vemos, pues, que se manifiesta aquí una dimensión profética en la vida de los fieles ‘ordinarios’; a saber, la defensa de la fe y el rechazo del error. Esta tarea no le compete únicamente a la jerarquía de la Iglesia, aunque ella sea la primera que debería cumplirla; sino que también es propia del “sensus fidei” –del sentido de la fe– del Pueblo de Dios. Éste se hace eficaz especialmente en tiempos de crisis –como en la crisis arriana– y con toda seguridad también en nuestros tiempos, cuando el espíritu anticristiano no solamente actúa en el mundo, sino que quiere penetrar también en la Iglesia.

Según el Cardenal Brandmüller, este “sentido de la fe” que poseen los fieles no se expresa en una tendencia generalizada en la Iglesia ni en una especie de votación popular o encuestas; sino que se hace particularmente eficaz en aquellos fieles que luchan por la santidad.

Aunque hoy en día ya no conozcamos o identifiquemos profetas como sucedía en la Iglesia primitiva, el ejemplo de los fieles durante la crisis arriana nos muestra que existe una tarea profética, que debe ser asumida. En esto podemos reconocer claramente la obra del Espíritu Santo, que alentó a los fieles a no dejarse llevar por la confusión de sus pastores en aquel entonces, sino a permanecer fieles y manifestar así una corrección profética. ¡Gracias a Dios la crisis arriana terminó resolviéndose!

Este ejemplo en la historia de la Iglesia, que ciertamente no es el único, nos muestra que debemos corresponder a nuestra vocación cristiana en todos los sentidos. Los fieles cristianos no sólo tienen el derecho de expresarse libremente en la Iglesia, basados en la verdadera fe y en el amor; sino que a veces puede ser incluso un deber el transmitir a sus pastores su preocupación por el bienestar de la Iglesia. Aquí puede realizarse un importante servicio profético, que no debe omitirse por respetos humanos y que resulta particularmente importante en nuestros tiempos.

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