Creer como el centurión romano

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Mt 8,5-12

Al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: “Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos.” Dícele Jesús: “Yo iré a curarle.” Replicó el centurión: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace.”

Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: “Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes.” Y dijo Jesús al centurión: “Anda; que te suceda como has creído.” Y en aquella hora sanó el criado.

 

A lo largo de las meditaciones de Adviento, tendremos en vista, como tema general, la Segunda Venida de Cristo. En efecto, toda la historia de la salvación se dirige a este acontecimiento, y nosotros, los cristianos, haríamos bien en integrar conscientemente esta dimensión en nuestra vida. Nadie más que Dios mismo conoce el día ni la hora (cf. Mt 24,36). Sin embargo, hemos de estar preparados, para que el Señor, cuando retorne al Final de los Tiempos, encuentre a la esposa vigilante y creyente. El evangelio de hoy tematiza precisamente la fe.

“En todo Israel no he encontrado una fe como ésta”. El Señor no quiso dejar sin respuesta a esta fe, a pesar de que el centurión no pertenecía al pueblo de Israel, y Jesús sabía que había sido enviado en primer lugar a las ovejas perdidas de Israel (cf. Mt 15,24). Este centurión, por el contrario, era parte de la ocupación romana, que era vista por los israelitas más bien con hostilidad. Pero Jesús se fijó en el corazón y en la extraordinaria fe de este hombre. La Iglesia Católica ha acogido en su liturgia la maravillosa afirmación del centurión, con sólo pequeños cambios, y en el rito tradicional se la repite incluso tres veces: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa; pero una palabra tuya bastará para sanarme.”

¿Qué es lo extraordinario de esta fe, para que Jesús la elogie frente a la muchedumbre?

En primer lugar, se puede percibir una actitud de humildad en las palabras del centurión. Está consciente de que hay una diferencia abismal entre él y Jesús. No se presenta orgulloso como romano, exigiendo del Señor una curación como si fuese su derecho. Más bien, intercede por su criado enfermo. Esto nos muestra que realmente se preocupaba por él. Ciertamente en muchas casas romanas la situación era distinta. Los esclavos eran una posesión que simplemente se desechaba una vez que ya no pudieran cumplir con su función. Este centurión, en cambio, al ver el sufrimiento de su criado, se pone en camino para buscar ayuda. Vemos, pues, que su actitud frente a sus subalternos es distinta.

Basándose en su propia experiencia de jefe, que daba órdenes que habían de ser cumplidas, puede comprender la autoridad y el poder de Jesús. Así, él sabía lo que sucedería si Jesús pronunciaba una sola palabra. Ni siquiera hacía falta que el Señor fuese a su casa… ¡una palabra sería suficiente!

Y, efectivamente, su petición fue escuchada: “Y dijo Jesús al centurión: ‘Anda; que te suceda como has creído.’ Y en aquella hora sanó el criado.” ¡Ésta es verdaderamente una fe ejemplar, que tiene como fundamento la humildad, la preocupación amorosa por el otro y la firme convicción de que el Señor puede sanar!

Pero hay otra razón más por la cual es importante el ejemplo del centurión. En el contexto de este encuentro, Jesús hace una importante afirmación sobre lo que sucederá en el futuro: “Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes.”

Este centurión es un signo de la conversión de los pueblos paganos. De hecho, a través de la fe en el Hijo, Dios concede a los pueblos un acceso directo hacia Él. ¡El mensaje del Señor no se queda únicamente en las ovejas perdidas de Israel; sino que se extiende a toda la humanidad, que también es invitada a entrar en la casa del Padre Celestial!

Al ver la fe del centurión romano, cuestionémonos si nosotros mismos poseemos una fe semejante. Sí, la fe es un aspecto esencial cuando estamos a la espera del Retorno del Señor. Él mismo había preguntado: “Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?” (Lc 8,8)

Si lo miramos con sobriedad, tendremos que constatar que en muchos países apenas hay fe verdadera, y en muchos otros que ya habían recibido el anuncio del evangelio, hay un inmenso alejamiento de la fe.

¿Qué podemos, entonces, responderle al Señor?

En realidad, sólo podemos pedirle que se fije en la fe de su Iglesia, y, al decir esto, tenemos que constatar que incluso en Ella hay una creciente apostasía, confusión y mundanización, y que el número de fieles que se esfuerzan por vivir la fe en todas sus implicaciones lamentablemente se está reduciendo.

Pero es ahí donde nosotros mismos somos llamados a profundizar nuestra fe, y, precisamente en tiempos tan difíciles, que algunos consideran como la “Pasión” de la Iglesia, hemos de pedirle al Señor que fortalezca nuestra fe. Así, los tiempos de progresiva decadencia pueden convertirse en un reto para arraigarnos tanto más profundamente en el Señor, de manera que también podamos ofrecer a otros un apoyo y orientación. Los tiempos de apostasía podrían indicar un pronto Retorno del Señor, y llamarnos a una entrega total al servicio de Dios, dejando atrás toda tibieza. El Apóstol San Pablo, ya en su tiempo, había contado con el pronto Advenimiento de Cristo. ¡Cuánto más cerca, entonces, estamos ahora!