“En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará.” (Jn 13,21b)
¡Cuán aterradora es esta afirmación! En ella, se nos muestran las más profundas oscuridades que pueden habitar en el hombre. Traicionar el amor, traicionar al amigo, traicionar al Maestro y Señor…
“María, tomando una libra de perfume de nardo puro muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos.” (Jn 12,3)
¡Qué gesto tan tierno de parte de María se nos muestra en este pasaje! Es una ternura que corresponde al ser de la mujer, y que refleja algo de su belleza y capacidad de entrega. María le ha regalado todo su corazón a Jesús, y cuánto consuelo habrá sido para Él, en medio de tanta hostilidad, el ver aquella alma amante. Algo similar le sucederá en el Viacrucis, cuando Verónica enjuga su rostro.
“¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mt 21,9)
Todo el pueblo está congregado y durante un breve tiempo sucede aquello que corresponde a la realidad de que el Hijo de Dios ha venido. Entre júbilo y alegría lo aclaman; el pueblo da la bienvenida a su verdadero Rey, a su Mesías, al prometido y esperado por tanto tiempo.
Con la meditación de hoy, llegamos al final de la primera parte del “Mensaje del Padre”. Éste nos acompañó a lo largo de la Cuaresma hasta el Domingo de Ramos, precisamente en estos difíciles momentos de crisis que la humanidad está padeciendo a causa de la pandemia, cuya gravedad aún no puede medirse.
Palabras del Padre tomadas del Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio:
“¡Cuánto me complazco en las almas que viven en la justicia y en la gracia santificante; cuán feliz me hace morar en ellas! Yo me dono a ellas. Les transmito el uso de mi poder, y en mi amor encuentran un anticipo del Paraíso; en mí, su Padre y Redentor.”
Como había comunicado ayer, continuaré hasta el sábado con las meditaciones sobre el “Mensaje del Padre”. Éste se divide en dos partes. En las reflexiones anteriores, había seguido el orden del librito casi por completo. A partir de hoy, resumiré lo que nos falta de la primera parte y sólo citaré algunos extractos. Dejaré la segunda parte del Mensaje para meditarla en otro momento adecuado.
Con tristeza, tenemos que constatar que en esta difícil crisis prácticamente no contamos con un liderazgo oficial por parte de la Iglesia, que muestre a los fieles el camino a seguir en esta situación. Puesto que así están las cosas, hemos de abandonarnos especialmente en la guía del Espíritu Santo, quien no nos dejará sin instrucciones ni permitirá que los fieles queden solos en medio de la crisis.
Para contextualizar, resumo primeramente lo que habíamos hablado durante los dos últimos días…
Califiqué el brote de esta pandemia como una permisión de Dios, que ha de entenderse como una reprensión de parte Suya, para que lo busquemos a Él, nos apartemos de los caminos de la perdición y optemos por el camino de la verdad.
Ayer habíamos hablado de que esta pandemia es una permisión de Dios, y representa una reprensión Suya. Había mencionado las razones por las que esto sería comprensible de parte del amor y el cuidado de Dios, en vistas del incremento de la “cultura de la muerte”.
Me resulta difícil ignorar el hecho de que nos encontramos en una gran crisis a nivel mundial, que tiene rasgos apocalípticos. La gravedad de la situación queda evidente si se consideran las muchas restricciones a nivel civil, hasta el punto de que la libertad personal se ve significativamente limitada en diversos campos. Aún más difícil para los fieles es que muchos ya no puedan acudir a los sacramentos, de modo que se ven privados del consuelo que normalmente la Iglesia ofrece a sus hijos.