El gran amor de nuestro Padre

NOTA: La lectura que escucharemos a continuación no es la que se lee en la liturgia de este domingo. Por equivocación tomamos la de otro año litúrgico, y cuando nos percatamos ya había terminado la meditación, así que decidí dejarla así…

1Jn 2, 29 – 3, 1-6

Si sabéis que él es justo, reconoced que todo el que obra la justicia ha nacido de él. Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos.

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Sirve a tu Señor en verdadera humildad

Mt 23,8-12

Evangelio correspondiente a la memoria de San Basilio y San Gregorio

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Vosotros no os dejéis llamar ‘Rabbí’, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie ‘Padre’ vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar ‘Instructores’, porque uno solo es vuestro Instructor: el Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.”

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Ven, Señor Jesús, ¡Maranathá!

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Ap 22,1-7

Luego el ángel del Señor me mostró un río de agua de vida, brillante como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero. En medio de la plaza, a una y otra margen del Río, hay un árbol de vida, que da fruto doce veces, una vez cada mes; y sus hojas sirven de medicina para los gentiles. No habrá ya maldición alguna. El trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad, y los siervos de Dios le darán culto.

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La justicia de Dios

Después de esto vi bajar del cielo a otro ángel, que tenía gran poder, y la tierra quedó iluminada por su resplandor. Gritó con potente voz: “¡Cayó, cayó la gran Babilonia! Se ha convertido en morada de demonios, en guarida de toda clase de espíritus inmundos, en antro de toda clase de aves inmundas y detestables.”

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Los vencedores

Luego vi en el cielo otro signo grande y maravilloso: siete ángeles que llevaban siete plagas, las últimas, porque con ellas se consumaba el furor de Dios. Contemplé también una especie de mar de cristal mezclado con fuego, y vi a los que habían triunfado sobre la Bestia, sobre su imagen y sobre la cifra de su nombre. Estaban de pie junto al mar de cristal y llevaban las cítaras de Dios.

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El tiempo de segar

«Vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque están en sazón sus uvas.”

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Ap 14,14-19

Seguí contemplando la visión. Había una nube blanca, y sentado sobre la nube alguien parecido a un Hijo de hombre, que llevaba en la cabeza una hoz afilada. Luego salió del Santuario otro ángel gritando con voz potente al que estaba sentado en la nube: “Mete tu hoz y siega, porque ha llegado la hora de segar. La mies de la tierra está madura.” Y el que estaba sentado en la nube metió su hoz y quedó segada la tierra.

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El séquito del Cordero

Yo, Juan, vi al Cordero que estaba de pie sobre el monte Sión. Lo acompañaban ciento cuarenta y cuatro mil, que llevaban escrito en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre. Oí entonces un ruido que venía del cielo, parecido al estruendo de aguas caudalosas o al fragor de un gran trueno. El sonido que percibía era como de citaristas que tañeran sus instrumentos. Cantan un cántico nuevo delante del trono y delante de los cuatro Vivientes y de los Ancianos.

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Cristo Rey

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono glorioso. Entonces serán congregadas delante de él todas las naciones, y él irá separando a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda.

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Los dos testigos

Me fue dicho a mí, Juan: “Haré que mis dos testigos profeticen, durante mil doscientos sesenta días, cubiertos de sayal.” Ellos son los dos olivos y los dos candelabros que están ante el Señor de la tierra. Si alguien pretendiera hacerles mal, saldría fuego de su boca y devoraría a sus enemigos; si alguien pretendiera hacerles mal, tendría que morir de ese modo. Estos dos testigos tienen poder de cerrar el cielo para que no llueva los días en que profeticen; tienen también poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y poder de herir la tierra con toda clase de plagas, todas las veces que quieran.

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El anuncio puede ser amargo

«Tomé el librito de la mano del ángel…»

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Ap 10,8-11

La voz del cielo que yo había oído me habló otra vez y me dijo: “Ve y toma el librito que está abierto en la mano del ángel, el que está de pie sobre el mar y la tierra.” Fui hacia el ángel y le pedí que me diera el librito. Me respondió: “Toma, devóralo. Te amargará las entrañas, pero te sabrá dulce como la miel.” Tomé el librito de la mano del ángel y lo devoré; y sentí en mi boca el dulzor de la miel. Pero, cuando lo comí, se me amargaron las entrañas. Entonces me dicen: “Tienes que profetizar otra vez contra numerosos pueblos, naciones, lenguas y reyes.”

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