AMAR AL PADRE CELESTIAL (Parte I)

Conocer, honrar y amar al Padre…

Lo más importante y esencial ha de ocupar el primer lugar en nuestra vida.

“‘Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?’ Él le respondió: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento’” (Mt 22,36-38).

Todas nuestras reflexiones anteriores sobre conocer y honrar a Dios apuntaban a esta meta: amar a nuestro Padre con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente. ¡De eso se trata!

Si nos esforzamos por hacerlo –con la ayuda del Espíritu Santo, que clama en nosotros “Abbá, amado Padre” (Rom 8,15)– habremos emprendido el camino correcto. Entonces ya no tendremos que seguir buscándolo, sino sólo recorrerlo y crecer día a día en el amor. Las tres cosas que el Padre pide de nosotros nos ayudarán a no cansarnos jamás: al conocerlo, podemos penetrar cada vez más profundamente en el misterio de su amor; al honrarlo, nuestra mirada se centra agradecida en Él y evita que nos enfoquemos demasiado en nosotros mismos; al amarlo, nuestro corazón se inflama y nos mueve a expresarle cada vez más este amor, para vivir aún más unidos a Dios.

¿A quién le pertenece nuestro corazón? ¿A qué sigue estando apegado? ¿Cómo liberarlo y despertarlo plenamente al amor a Dios y al prójimo?

La respuesta es sencilla: Dios mismo nos hace capaces de amar. A nosotros simplemente nos corresponde dirigirnos a Él y aceptar su invitación. Entonces será el Espíritu Santo quien vele sobre nuestro corazón, exhortándonos a seguir la invitación del amor y haciéndonos sentir cuando no lo hayamos hecho. Si se lo pedimos y le abrimos las puertas, Él descenderá a los abismos de nuestro corazón y difundirá allí su luz; Él, que es el amor entre el Padre y el Hijo. ¡Entonces nos será posible amar!