LA DELICADEZA DEL AMOR

Vivir en una íntima relación con Dios Padre, tal como Él la desea e incluso la pide, conlleva una gran responsabilidad de nuestra parte. Pensemos en los sacerdotes, a quienes les ha sido encomendado el gran tesoro de los sacramentos. Fijémonos especialmente en el más grande de ellos, el Cuerpo de Cristo presente en el Sacramento del Altar. ¿Cómo lo trata el sacerdote? ¿Con suma reverencia y respeto o con cierta indiferencia y descuido? De alguna manera, podríamos decir que el Señor se entrega en sus manos, y él, por su parte, debe tener mucha delicadeza para corresponder de forma apropiada a la confianza que se le brinda.

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La división como consecuencia del pecado

1Re 11,29-32.12,19

Un día, salió Jeroboán de Jerusalén, y el profeta Ajías de Siló le salió al encuentro cubierto con un manto nuevo. Estando los dos solos en campo abierto, Ajías tomó el manto nuevo que llevaba puesto, lo rasgó en doce jirones y dijo a Jeroboán: “Toma diez jirones para ti, porque así dice Yahvé, Dios de Israel: Rasgaré el reino de manos de Salomón y te daré diez tribus. La otra tribu será para él, en atención a mi siervo David y a Jerusalén, la ciudad que me elegí entre todas las tribus de Israel.” Así fue como Israel se rebeló contra la casa de David, hasta el día de hoy.

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