“Si hubiera sabido antes lo que ahora sé, que el diminuto palacio de mi alma alberga a tan grande Rey, no lo habría dejado sólo en ella tan a menudo” (Santa Teresa de Ávila).
Santa Teresa llega a una conclusión esencial, que también nosotros deberíamos acatar sin demora. En efecto, esta realidad se aplica a cada alma que se encuentra en estado de gracia. La Santísima Trinidad pone su morada en ella y la convierte en su Templo. Si aceptamos la constante invitación del gran Rey, su inhabitación se convertirá en una constante fuente de vida en nuestro interior. En lo más profundo de nuestra alma escucharemos atentamente a nuestro Padre, dialogaremos con Él, cultivaremos el amor…