EL SEÑOR PROTEGE AL FORASTERO

“El Señor protege al forastero, sustenta al huérfano y a la viuda” (Sal 145,8).

En su amor y providencia, nuestro Padre tiene en vista a todas las personas; y nos exhorta a que también nosotros prestemos especial atención a aquellas que fácilmente son marginalizadas. Los forasteros están expuestos a ser explotados y engañados, si el amor no se hace cargo de ellos y se encuentra con delicadeza con su carácter extranjero, para que se sepan cobijados por este amor.

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Hacer el bien sin demora

Prov 3,27-34

No niegues un favor a quien es debido, si en tu mano está el hacérselo. No digas a tu prójimo: “Vete y vuelve, mañana te daré”, si tienes algo en tu poder. No trames mal contra tu prójimo cuando se sienta confiado junto a ti. No te querelles contra nadie sin motivo, si no te ha hecho ningún mal. No envidies al hombre violento, ni elijas ninguno de sus caminos; porque el Señor abomina a los perversos, pero su intimidad la tiene con los rectos.

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“ÉSTE ES MI HIJO AMADO; ESCUCHADLE”

Conforme al relato de los evangelios, estando Jesús en el Monte Tabor con Pedro, Santiago y Juan, se transfiguró delante de ellos. Entonces salió de una nube la voz del Padre que les decía:

“Éste es mi hijo amado, en quien me complazco; escuchadle.” (Mt 17,5b)

Al oír la voz del Padre, los discípulos se llenaron de miedo y el Señor tuvo que levantarlos diciéndoles: “No tengáis miedo” (Mt 17,7).

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Sagacidad de los hijos de la luz

Lc 16,1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Había un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda. Un día le llamó y le dijo: ‘¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no seguirás en el cargo.’ Entonces se dijo para sí el administrador: ‘¿Qué haré ahora que mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea destituido del cargo me reciban en sus casas.’

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EL SEÑOR ES CLEMENTE Y MISERICORDIOSO

“El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad.”
(Sal 144,8)

La clemencia de nuestro Padre Celestial nos envuelve siempre, como una constante invitación a abrirnos a su amor. Toca siempre a la puerta de nuestro corazón, pidiendo ser recibida como un huésped delicado, querido y bienvenido. Si le abrimos las puertas, ella entrará y se establecerá en nuestro corazón, convirtiéndolo en un trono de la gracia de Dios. Entonces su gracia empieza a guiarnos y modela todo en nosotros conforme a la sabiduría de la Voluntad Divina.

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Las vírgenes prudentes

Mt 25,1-13 (Lectura correspondiente a la memoria de Santa Hildegarda de Bingen)

 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: “Entonces el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes. Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite; las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas. Como el novio tardara, se adormilaron todas y se durmieron. Mas a media noche se oyó un grito: ‘¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!’ Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas.

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CONFIANZA TRIUNFANTE

“Confiad en mí con una confianza que os transforma y a la cual no podré resistir. Entonces yo perdonaré vuestras faltas y os colmaré de las mayores gracias” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

La confianza en Dios nos abre una amplia puerta hacia la verdadera vida, de modo que entra en nuestro corazón una felicidad que puede sanar muchas cosas en nosotros, así como también servir a otras personas. Nuestra vida adquiere una seguridad y libertad nunca antes experimentadas, y nuestro Padre puede comunicársenos día a día de forma sencilla, de modo que podamos entenderlo cada vez mejor. Día tras día se nos vuelve más natural la relación con Dios. El pesado yugo que a menudo se cierne sobre nuestra vida se transforma en una carga cada vez más ligera, y se vuelve cada vez más profunda la aceptación de nuestra humanidad y de la vida que Dios nos ha concedido.

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La alegría de la Resurrección

1Cor 15,12-20

 Hermanos, si predicamos que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo andan diciendo algunos de vosotros que no hay resurrección de los muertos? Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, nuestra predicación es vana, y vana también vuestra fe. Si esos tuviesen razón, nosotros quedaríamos como falsos testigos de Dios, pues proclamamos que Dios resucitó a Cristo, cuando en realidad no lo habría resucitado, de ser verdad que los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó.

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