HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 5,12-21a): “Milagros y prodigios por mano de los apóstoles”      

Por mano de los apóstoles se obraban muchos milagros y prodigios entre el pueblo. Se reunían todos con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón; pero ninguno de los demás se atrevía a unirse a ellos, aunque el pueblo los alababa. Se adherían cada vez más creyentes en el Señor, multitud de hombres y de mujeres, hasta el punto de que sacaban los enfermos a las plazas y los ponían en lechos y camillas para que, al pasar Pedro, al menos su sombra alcanzase a alguno de ellos. Acudía también mucha gente de las ciudades vecinas a Jerusalén, traían enfermos y poseídos por espíritus impuros, y todos ellos eran curados. El sumo sacerdote y todos los que le acompañaban, que eran de la secta de los saduceos, se levantaron llenos de envidia. 

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EL AMOR NOS APREMIA

«Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20).

Esta es la respuesta de los apóstoles cuando las autoridades religiosas de la época pretendían prohibirles que siguieran anunciando al Señor Resucitado. Pero, ¿cómo podían callar?

¿Cómo podríamos nosotros callar si hemos sido tocados por el amor del Señor y por la verdad? Es el Espíritu Santo mismo quien nos apremia, pues el amor de nuestro Padre quiere llegar a todos los hombres. Nuestro Padre quiere calmar su sed, saciar su hambre y despertar su amor. ¿Y nosotros? Podemos convertirnos en instrumentos de su bondad, apóstoles de su amor paternal. De este modo, nosotros, que hemos sido destinatarios de su amor, nos convertimos en dadores del mismo, pues también de nosotros han de manar ríos de agua viva (Jn 7,38).

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EL TRÁNSITO HACIA NUESTRO PADRE

«Para el justo no hay muerte, sino tránsito» (San Atanasio).

¡Qué hermoso sería si día a día comprendiéramos mejor esta realidad! En efecto, es así: si hemos centrado nuestra vida en nuestro Padre Celestial y le servimos con sinceridad, la muerte será el retorno a la casa de nuestro Padre, que nos espera. Y cada día que transcurre en nuestra vida terrenal nos acerca más a la eternidad.

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 4,32-37): “Comunidad de bienes de la Iglesia primitiva”      

La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma, y nadie consideraba como suyo lo que poseía, sino que compartían todas las cosas. Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús; y en todos ellos había abundancia de gracia. No había entre ellos ningún necesitado, porque los que eran dueños de campos o casas los vendían, llevaban el precio de la venta y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se repartía a cada uno según sus necesidades. Así, José, a quien los apóstoles dieron el sobrenombre de Bernabé -que significa ‘Hijo de la consolación’-, levita y chipriota de nacimiento, tenía un campo, lo vendió, trajo el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles.

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 4,23-31): “La oración de la Iglesia primitiva pidiendo valentía”    

Puestos en libertad [Pedro y Juan], vinieron a los suyos y les contaron lo que los príncipes de los sacerdotes y los ancianos les habían dicho. Ellos, al oírlo, elevaron unánimes la voz a Dios y dijeron: “Señor, Tú eres el que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, el que por el Espíritu Santo, por boca de nuestro padre David tu siervo, dijiste: ‘¿Por qué se han amotinado las naciones, y los pueblos han tramado empresas vanas? Se han alzado los reyes de la tierra, y los príncipes se han aliado contra el Señor y contra su Cristo’. Pues bien, en esta ciudad, Herodes y Poncio Pilato, con las naciones y con los pueblos de Israel, se aliaron contra tu santo Hijo Jesús, al que ungiste, para llevar a cabo cuanto tu mano y tu designio habían previsto que ocurriera. 

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LA CONFIANZA DE DIOS EN NOSOTROS

«No hay mejor medida del amor que la confianza» (Maestro Eckhart).

Cuanto más confiamos en Dios, más le amamos. Podemos entender bien esta medida y recurrir a ella para examinar el estado de nuestro amor. Lo mismo se puede decir a la inversa: cuanto menos confiamos, menos ha triunfado el amor en nosotros. Si incluso hubiera desconfianza en nuestro corazón, sería señal de que éste está cerrado y nuestra relación con el Padre Celestial se ha oscurecido.

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EL REGALO DE NUESTRO PADRE CELESTIAL

«¡Elevaos todos a esta dignidad de hijos de Dios!» (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).

La dignidad que el Padre nos otorga no la alcanzamos por nuestros propios esfuerzos. Es sencillamente un regalo de su bondad. En otro pasaje del Mensaje a Sor Eugenia, el Padre nos dice: “Fue Él [Jesús] quien vino a trazaros el camino a la perfección. A través de Él os adopté en mi amor infinito como verdaderos hijos, y, desde entonces, ya no os llamo por el simple nombre de ‘criaturas’; sino que os llamo ‘hijos’.”

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 HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 4,13-22): “La obediencia a Dios es lo primero”    

Al ver la valentía con que hablaban Pedro y Juan, como sabían que eran hombres sin letras y sin cultura, estaban admirados, puesto que los reconocían como los que habían estado con Jesús; y viendo de pie con ellos al hombre que había sido curado, nada podían oponer. Les mandaron salir fuera del Sanedrín, y deliberaban entre sí: “¿Qué vamos a hacer con estos hombres? Porque es público entre todos los habitantes de Jerusalén que por medio de ellos se ha realizado un signo evidente, y no podemos negarlo. Pero para que no se divulgue más entre el pueblo, vamos a intimidarles a que no hablen más a nadie en este nombre”. Y les hicieron llamar y les ordenaron que de ningún modo hablaran ni enseñaran en el nombre de Jesús. 

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AMISTAD EN LA VERDAD

«No puede haber amistad entre personas con una visión moral opuesta» (San Ambrosio).

La verdadera amistad se basa en valores comunes, y éstos deben ser acordes a la verdad. De lo contrario, sería una especie de camaradería. La amistad se destruye cuando uno de los amigos abandona el fundamento común. Esto es especialmente importante en el caso de los valores morales. En una amistad, uno se fortalece y apoya mutuamente en la visión común de la verdad y comparte los mismos principios, por lo que no puede subsistir tal relación si las convicciones morales divergen. ¡Esta es una deuda con la verdad!

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 4,1-12): “En ningún otro Nombre está la salvación”      

Mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del Templo y los saduceos, molestos porque enseñaban al pueblo y anunciaban en Jesús la resurrección de los muertos. Les prendieron y metieron en la cárcel hasta el día siguiente, porque ya había anochecido. Muchos de los que habían oído la palabra creyeron, y el número de los hombres llegó a ser de unos cinco mil. Al día siguiente se reunieron en Jerusalén los jefes de los judíos, los ancianos y los escribas, así como Anás, el sumo sacerdote, Caifás, Juan, Alejandro y todos los que eran de la familia de los príncipes de los sacerdotes. Les hicieron comparecer en el centro y les preguntaron: “¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho vosotros esto?” Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les respondió: “Jefes del pueblo y ancianos, si nos interrogáis hoy sobre el bien realizado a un hombre enfermo, y por quién ha sido sanado, quede claro a todos vosotros y a todo el pueblo de Israel que ha sido por el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por él se presenta éste sano ante vosotros.

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