Un niño estaba a la orilla de un gran lago y con sus brazos hacía señas para llamar a un barco que ya se encontraba en pleno curso. Se le acercó un hombre y le dijo: “¡No seas tonto! ¿Crees que el barco cambiará de rumbo sólo porque lo estás llamando?” Pero, efectivamente, el barco giró hacia la orilla, atracó y subió al niño a bordo. Mientras éste subía, le dijo al hombre: “¡No, señor, no soy tonto! El capitán es mi papá.”