“YO SOY TU FUTURO”

“Yo soy tu futuro” (Palabra interior).

¡Cuánto nos gustaría a veces echar una mirada a nuestro futuro! No pocas personas se ven tentadas a intentarlo de diversas maneras y acaban en prácticas cuestionables.

En Dios, en cambio, no es difícil ver el futuro, porque Él mismo es nuestro futuro. Esto basta, porque lo dice todo.

Si día a día llegamos a conocer y entender mejor a nuestro Padre Celestial, podemos vislumbrar cada vez más nuestro futuro. Si permanecemos fieles al camino de la fe, nuestro futuro consistirá en el despliegue de toda la gracia que Dios nos ha concedido. ¿Cuál otro podría ser nuestro futuro sino contemplar al Señor en toda su gloria y estar unidos a Él?

Día a día pregustamos este futuro y avanzamos hacia su plenitud. Todos los acontecimientos que nos sobrevengan en el camino de nuestra vida son conocidos por el Padre y servirán para acrecentar nuestro amor. No tienen por qué inquietarnos. Antes bien, con la gracia de Dios, hemos de dar la respuesta correcta a cada una de las situaciones a las que nos enfrentemos, para que nuestra vida se vuelva cada vez más fecunda.

No podemos prever las cosas externas. Como dice San Francisco de Sales: Mi futuro no me preocupa todavía; pertenece a la providencia divina.” Por tanto, está en buenas manos y no debe inquietarnos.

Lo que permanece para siempre es Dios mismo. Él no sólo conoce nuestro futuro, sino que Él es nuestro futuro, así como Jesús no sólo afirma que Él conoce la verdad, sino que es la Verdad (Jn 14,6).

¡El Padre mismo es nuestro futuro! A veces podemos experimentarlo en la contemplación… Cuando un santo silencio entra en nuestra alma, envolviéndola por completo, ella ya no quiere saber nada más: ni lo que era antes, ni lo que es ahora, ni lo que será después. Simplemente está ahí, unida a su Señor. Así quisiera permanecer para siempre. El glorioso futuro que le espera ya ha ganado más terreno en el alma, y un suspiro de la eternidad la ha tocado.

Ella sabe entonces que su futuro es Dios mismo, y así, reconfortada y fortalecida, continúa su camino para cumplir la misión que le ha sido encomendada. Al mismo tiempo, queda en ella un cierto dolor de amor, porque quisiera vivir pronto la plenitud de su futuro y anhela contemplar cara a cara a su Padre en el cielo.