UN CORAZÓN CONTRITO 

“Un corazón contrito y humillado tú no lo desprecias, Señor” (Sal 50,19).

Un corazón contrito es un gran tesoro para nuestro Padre. Un corazón contrito ha dejado de lado toda defensa propia y ha adquirido una profunda conciencia de los abismos que aún hay en él. Ha descubierto que, por sí mismo, no sería capaz de hacer el bien, y que su inclinación al mal prevalecería si quedara a merced de sí mismo y no contara con la gracia. Esta conciencia sacude al alma, haciéndola dispuesta a arrojarse por completo en los brazos de Dios, sin vanidades ni condiciones. Por eso, un corazón contrito es un tesoro para el Padre.

Una vez que se ha puesto en las manos de Dios, Él le revela inmerecidamente su cercanía. El alma se llena de dicha, aun sintiéndose indigna de tanta gracia, y desborda de gratitud. Toda dureza se ha derretido en ella y ahora está dispuesta a practicar todo lo bueno. Hasta los más mínimos deseos de su amado Padre quiere cumplirlos de buena gana.

Es un estado de gracia, acompañado de actos de profunda contrición.

Dios ayuda a esta alma a levantarse, para que quede fortalecida y se arme de valor para continuar su camino. Ella ha acogido la bondad del Padre, y ésta ha quedado impresa en su interior. Ahora ella sabe que el Padre la asistirá en todas sus angustias y le concederá su cercanía.

Esta certeza le da una mayor seguridad en su caminar, pero sin por ello caer en presunción. ¡Simplemente se sabe amada!