“NI LA TINIEBLA ES OSCURA PARA TI”

“Si escalo el cielo, allí estás tú;
si me acuesto en el abismo, allí te encuentro;
si vuelo hasta el margen de la aurora,
si emigro hasta el confín del mar,
allí me alcanzará tu izquierda,
me agarrará tu derecha”
(Sal 138,8-10).

Junto con el salmista, alabamos la omnipresencia de nuestro Padre, ante quien nada está escondido y de quien está lleno todo el orbe de la tierra.

Cuán grande es la promesa que se deriva de este verso del salmo: ¡La presencia amorosa de Dios está siempre ahí! Sus ojos se posan en nosotros sin cesar. A aquellos que andan por sus sendas los mira con complacencia y los fortalece; a aquellos que aún no lo conocen o que se han extraviado los ve con ojos de misericordia, para que lo reconozcan y se vuelvan a Él.

Cuando vivimos conscientemente en la presencia de Dios, todo es distinto. Nuestro enfoque cambia, y así nuestro Padre puede concedernos para nuestra vida aquella seguridad que se cimienta en su inquebrantable amor, que aun en las horas más oscuras nos sostendrá.

“Si digo: ‘que al menos la tiniebla me encubra,
que la luz se haga noche en torno a mí’,
ni la tiniebla es oscura para ti,
la noche es clara como el día” 
(Sal 138,11-12).

Incluso en medio de las sombras que pudieron haberse posado sobre las vidas de las personas, la luz de Dios no se ha extinguido; sino que sigue brillando y llamando a los hombres a la conversión. El Padre quiere que todos los hombres tomen consciencia de su amorosa presencia. Él no excluye a nadie, mucho menos a aquellos que “viven en tinieblas y en sombra de muerte” (Lc 1,79).

El Hijo de Dios descendió a la oscuridad del pecado y al alejamiento de Dios, y transformó la mayor atrocidad del hombre –la crucifixión del Hijo de Dios– en una fuente de salvación y de amor. Todos pueden acudir a esta fuente y beber de ella la verdadera vida. Sólo tienen que convertirse y aceptar el amor de nuestro Padre Celestial.

Entonces todo se transforma. Ni siquiera las tinieblas en las que vivía el hombre siguen siendo oscuridad para Dios, porque Él mismo descendió a ellas y la oscuridad debe ceder ante la luz de nuestro Padre.