NI CARROS NI CABALLERÍA 

“Unos confían en sus carros,
otros en su caballería;
nosotros invocamos el nombre
del Señor, Dios nuestro” 
(Sal 19,8).

El número de fieles que se adhieren firmemente a la Tradición y a la doctrina de la fe se reduce cada vez más. El número de los que ya no se ven sujetos a las enseñanzas previas de la Iglesia aumenta cada vez más.

Es un rebaño cada vez más pequeño, pastando en las praderas de Dios. No tienen poder ni medios a los que recurrir, no tienen carros ni caballería; pero confían en el Señor, su Dios. ¡Él es su fuerza!

A Dios le agrada que, en el seguimiento del Señor, no pongamos nuestra confianza en medios humanos o recursos mundanos. El Padre hace sabios a los insensatos y deja a oscuras a los sabios (cf. Mt 11,25); se complace en que los poderosos sean derribados de su trono y los humildes, enaltecidos (Lc 1,52).

De sencillos pescadores hizo mensajeros del Rey del cielo y de la tierra (cf. Mt 4,18-19). Y este mismo Rey no vivió en esplendorosos palacios, rodeados de suntuosidad mundanal. Antes bien, vino al mundo en una pobre gruta, no tenía dónde recostar su cabeza (Mt 8,20), se abstuvo de imponer con violencia su Reinado mediante las legiones de ángeles que estaban a su disposición (cf. Mt 26,53).

Sólo en el poder del amor hemos de poner nuestra confianza; un amor que tiene la verdad como fundamento. ¡Eso basta!

Si ponemos nuestra confianza en el Padre y Él es nuestra fuerza, desafiaremos todos los ejércitos enemigos, por grandes y poderosos que éstos se muestren.

Ni siquiera debemos desear disponer de grandes medios materiales para anunciar el Evangelio. ¡Dios se ocupará de todo! ¡Es su obra, a cuyo servicio nos hemos puesto! “Buscad primero el Reino de Dios (…), y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6,33).

Precisamente cuando no tenemos nada a los ojos del mundo, enfrentándonos al poder de las tinieblas simplemente con la misión de anunciar al Señor, entonces somos fuertes, porque Dios mismo es nuestra fuerza.

Nuestro Padre Celestial se complace en ello, porque así puede obrar grandes cosas a través de los pequeños: “Arrojó en el Mar Rojo al faraón y su caballería” (Sal 135,15). Lo mismo les sucederá a aquellos que pretenden establecer el dominio de las tinieblas en el mundo.