LECCIÓN DE HUMILDAD Y AMOR

“Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles;
si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas.”
(Sal 126,1).

Nuestro Padre nos recuerda el fundamento de nuestra vida. En la lengua alemana tenemos un refrán que refleja lo que expresa este verso del salmo: “De la gracia de Dios todo depende”.

En realidad, debería resultarnos lo más natural y, sin embargo, es necesario recordarlo una y otra vez, porque con mucha facilidad lo olvidamos. Tendemos a confiar en nuestras propias fuerzas y no tenemos lo suficientemente presente el hecho de que es Dios quien nos da tanto las capacidades que necesitamos en nuestra vida, como también el éxito a lo que emprendemos.

En nuestro mundo moderno, en el que casi todo resulta factible, el hombre corre el peligro de volverse cada vez más presuntuoso. Incluso quiere edificar un mundo sin Dios, para él mismo controlarlo. Sin embargo, no podría subsitir ni una sola hora sino fuera porque el Padre lo mantiene con vida. ¡Qué ceguera! ¡Qué apreciación tan errada de la realidad!

Así, este verso del salmo nos hace un enfático recordatorio del Padre, trayéndonos a la memoria una simple y básica verdad, además de transmitirnos una profunda seguridad. En efecto, para una persona de fe es una alegría escuchar este pasaje del salmo: es una alegría saberse protegida por Dios y no depender sólo de sus limitadas fuerzas.

Lo que cuenta para la casa material, cuenta aún más para la casa interior: es el Señor quien quiere edificarla en nosotros y poner su morada en ella. También es Él quien vela sobre nosotros, para que no nos perdamos en este mundo ni caigamos en las trampas del diablo.

Nosotros no podríamos construir la casa exterior ni la interior si el Padre no nos acompañara. Y mucho menos seríamos capaces de edificar un mundo mejor con nuestras propias fuerzas.

Con Dios, en cambio, todo es posible. Edificadas con Él y cimentadas sobre Él, todas las casas –ya sean exteriores o interiores– perdurarán.

También el mundo puede cambiar, si tan sólo escucha al Padre y se pone a su servicio.