LA DEBILIDAD: UN REMEDIO DIVINO 

No te aflijas cuando sientas tu debilidad. Al contrario, alégrate, pues Yo soy tu defensa y tu victoria” (Palabra interior).

Es muy importante que sepamos que nuestro Padre no nos mide de acuerdo a nuestras debilidades. Antes bien, debemos estar conscientes de que su bondad nos acompaña precisamente en aquellos campos en los que nos sentimos débiles. Por supuesto que, en nuestro seguimiento del Señor, debemos trabajar en nuestras debilidades y no podemos simplemente ceder a ellas. Pero, en su sabiduría, nuestro Padre nos deja ciertas debilidades, para que no nos enorgullezcamos y siempre tengamos presente que es Él quien nos da la victoria.

Esta lección no es fácil, pero sí inmensamente importante. En este camino, llegamos a conocer más a profundidad la misericordia de Dios y entendemos cuán sabia es su forma de proceder con sus hijos. En efecto, nada nos separa más de Dios que la soberbia y la obstinación en ella, encerrándonos en nosotros mismos. Así, nuestro Padre se vale de nuestra debilidad como remedio contra la soberbia. Éste será tanto más eficaz cuanto más nuestro corazón asimile esta experiencia, se doblegue en humildad y despierte en él la gratitud.

Al lidiar correctamente con nuestras debilidades y al experimentar la bondad y paciencia divina para con nosotros, se profundiza nuestra relación de amor con el Padre. Un corazón agradecido y humillado es más receptivo al amor de Dios y es capaz de dar testimonio de su misericordia. Así, puede a su vez ayudar a otras almas que se hayan desanimado en vistas de sus debilidades y limitaciones. Entonces la mirada se centra en la suave presencia de nuestro Padre Celestial.

Cuando contemplamos todo esto, comprendemos el sentido de la palabra interior de hoy y podemos alegrarnos con nuestra debilidad, porque el Señor mismo se apiada de nosotros y Él es nuestra defensa y nuestra victoria.