HONRAR AL PADRE CELESTIAL (Parte IV)

Conocer, honrar y amar al Padre…

Honramos a nuestro Padre Celestial cuando nos esforzamos seriamente por recorrer el camino de la santidad. Aquel “sabor de santidad” del que hablaba ayer se intensifica cuando intentamos cumplir la tarea que nos ha sido encomendada en este mundo con espíritu de santidad.

Pensemos en los apóstoles, en los grandes misioneros de la Iglesia, así como también en aquellos que sirvieron a Dios y a los hombres más bien en lo escondido. Todos los cristianos cuyas vidas son un reflejo de Dios, constituyen un mensaje del Padre Celestial, que lo señala a Él mismo, lo glorifica y lo anuncia.

Por tanto, también depende de nosotros que la gloria de Dios se acreciente en el mundo a través de nuestra vida.

Tal vez nos parezca que somos demasiado insignificantes como para glorificar a Dios con nuestra vida. Pero quizá nos ayude la consideración de que a Él le agrada glorificarse precisamente en los pequeños, que no cuentan mucho a los ojos del mundo, que no son tomados en cuenta o incluso son despreciados. El criterio de nuestro Padre Celestial es distinto al del mundo.

Por supuesto, es cierto que Dios debe ser honrado públicamente por todos los hombres y que no habrá verdadera paz mientras esto no suceda. Pero en la actualidad estamos lejos de ello. Por tanto, resulta aún más importante que al menos el “remanente santo” cobre consciencia de esto y se esfuerce día tras día por crecer en el amor y permanecer firme en la verdad.

¿Podría acaso haber una mejor manera de honrar a Dios que viviendo como hijos suyos que acogen su gracia y crecen en ella; siendo personas que día a día toman mayor conciencia del gran regalo de su amor y lo anuncian a todos aquellos que Él mismo pone en nuestro camino o a los que estamos llamados a buscar?

En pocas palabras: si ponemos todo nuestro empeño en vivir nuestra vocación cristiana, honraremos sobremanera a nuestro Padre Celestial y seremos causa de alegría para Él.