GRATITUD ETERNA

“¿Cómo podremos jamás agradecerte, oh Amado Padre, por tu amor y tu infinita misericordia?” (Himno de alabanza a la Santísima Trinidad). 

Cuando tomamos conciencia del amor de nuestro Padre y admiramos sus obras, empieza a brotar en nosotros un “eterno gracias”, que desemboca en la incesante alabanza de su majestad.

Experimentamos entonces que nuestra gratitud no se agota jamás, porque con cada “gracias” que sale de nuestro corazón, vemos otro motivo más para agradecer y se nos abre una puerta más. Si pasamos por ella, nos hallaremos en una inmensa estancia, llena de luz, en la que percibimos aún más claramente cuán bondadoso es nuestro Padre y con cuánta ternura y amor se ha encargado de proporcionarnos todo lo que necesitamos.

Al final de esta estancia, hay otra puerta más. Llenos de confianza y gratitud la atravesamos. La nueva estancia en la que nos encontramos ahora es aún más luminosa que la anterior. Aquí reconocemos –no sin un cierto estremecimiento– de cuántos peligros nos ha preservado el Señor y de qué fango tan profundo ha tenido que rescatarnos a veces. Entonces nuestro corazón levanta sus ojos hacia el Padre, rebosante de gratitud, y no puede imaginarse que cabría en él más gratitud aún.

Pero también al final de esta estancia se vislumbra una nueva puerta, que en esta ocasión abre paso a una inmensa bóveda, llena de brillantes luces. El alma entiende que ésta es la gracia que nuestro Padre ofrece a todos los hombres. Con más gratitud todavía, recorre esta nueva estancia, maravillada de cómo el Padre Celestial se ocupa de todo y no se olvida ni de una sola persona. Ahora la gratitud se vuelve aún más vasta.

Entonces el alma descubre una estancia lateral con una hermosa entrada, en la que ve personas que rezan e imploran fervientemente a Dios. Ella comprende que se trata de aquellos que siguen las mociones del Espíritu, intercediendo por otras personas, para que se salven.

Un poco avergonzada, porque sabe que también su propia conversión se la debe a las oraciones de otros, pero al mismo tiempo más agradecida aún, no sólo con Dios sino también con estas personas orantes, el alma sigue avanzando hasta que ve otra magnífica puerta lateral. Llena de alegría pasa por ella y ve a una hermosa mujer, que mira fijamente a Dios e intercede por los hombres. Está rodeada de ángeles y santos, que oran junto a Ella. El alma entiende que es nuestra amada Madre y la Madre de Dios.

¿Qué más puede hacer ahora el corazón, que desborda de gratitud?

Entonces ve al final del camino el portal más magnífico de todos. Dos gloriosos ángeles custodian la entrada. El corazón comprende que es la entrada a la eternidad.

Ahora ya no puede seguir avanzando, porque aún no ha llegado su hora. Pero contempla aquel portal con profundo anhelo, gratitud y expectación. El alma sabe que tendrá toda la eternidad para dar gracias al Padre y que nunca llegará al final.