“EL PODEROSO HA HECHO OBRAS GRANDES POR MÍ”

 “El Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su Nombre es santo” (Lc 1,49).

¡Cuánto se complace nuestro Padre Celestial en la Virgen María, que acogió plenamente su llamado y se convirtió así en Madre de su Hijo! ¿Podríamos imaginar una elección de Dios más digna que la Virgen de Nazaret, que estaba preparada para dar su consentimiento a la enorme gracia que el Señor le mostraba y a cooperar con su “fiat” en el plan de la salvación?

Como católicos, estamos acostumbrados a dirigirnos confiadamente a la Madre del Señor, sabiendo que en Ella nuestras oraciones están en buenas manos. La amamos como a nuestra Madre, porque desde la Cruz el Señor le dijo al discípulo amado y, a través suyo, a todos nosotros: “Ahí tienes a tu madre” (Jn 19,27). También entendemos que Ella es imagen y modelo de la Iglesia, que, guiada por el Espíritu Santo, ha de portar a Cristo al mundo mediante la Palabra y los sacramentos. ¡Todo esto nos llena de alegría y gratitud!

Pero quizá hay una manera de amar aún más a María… Hemos escuchado en un pasaje del Mensaje de Dios Padre a la Madre Eugenia que llegaremos a amar más a Jesús cuando conozcamos mejor a su Padre. Y lo mismo puede decirse con respecto a la Virgen María. Si empezamos a mirarla con los ojos de nuestro Padre, seremos introducidos en el indecible misterio de amor de la Encarnación de su Hijo.

Nuestro Padre pudo colmar su Inmaculado Corazón con todo lo que había dispuesto para Ella. Así, su Corazón se convirtió en un puro y santo lugar de encuentro con Dios, en una morada permanente del Padre Celestial, en un recinto de su gozo y deleite.

En el Corazón de nuestro Padre, nos encontraremos siempre con este encanto al contemplar a la Virgen María, y así llegaremos a amarla más de lo que la amamos ahora.