EL AMOR DE DIOS NO SE EXTINGUE 

“Cuando Israel era niño yo lo amé y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, tanto más se alejaban de mí. Seguían sacrificando a los Baales y quemando incienso a los ídolos.” (Os 11,1-2) 

Éste es el drama que nuestro Padre experimenta tan a menudo. Se extiende a lo largo de toda la historia humana, y resulta particularmente doloroso cuando es el Pueblo de Israel quien lo protagoniza. Los versículos que siguen a este pasaje del Profeta Oseas nos muestran con cuánta ternura Dios llama a los suyos y cómo está siempre dispuesto a perdonarlos. Pero con dolor tiene que constatar que cuanto más lo llama y le muestra su amor, tanto más su Pueblo se aleja de Él, ofendiéndolo con sus aberraciones.

Pero ¿es esto motivo para que Dios se rinda? Desde nuestra forma de pensar humana, ¿no le aconsejaríamos que mejor deje de llamarlos y que simplemente espere a que el Pueblo vuelva por sí mismo a Él?

Se podría pensar que sí… ¡Pero Dios no es así! Él no puede ni quiere retener su amor, para salvar a los hombres. ¿Podría acaso quedarse mirando mientras las personas se lanzan al abismo? Sólo Él puede salvarlas, si tan solo dan un paso hacia Él y corresponden a su amor.

En ocasiones, también nosotros podemos experimentar algo de lo que nuestro Padre sufre… Quizá nuestros esfuerzos por dar a conocer a los hombres a Dios parezcan ser en vano, o incluso sean rechazados. ¿Debemos rendirnos por eso? ¡No!

Sin embargo, nosotros no somos Dios y, por tanto, no somos los que salvamos a las personas. No tenemos ni las capacidades ni las posibilidades de tocar los corazones como Dios puede hacerlo. ¡Pero tenemos a disposición un camino eficaz! Es la oración, a través de la cual podemos luchar por aquellos que se alejan de Dios en lugar de acercarse a Él.

Quizá no tengamos acceso a sus corazones. Pero la puerta de la oración está siempre abierta para nosotros. De esta manera, podemos asemejarnos a nuestro Padre, que jamás se rinde y nunca deja de amarnos. En la oración podemos imitar su amor que busca conquistar al hombre. Podemos tocar una y otra vez a la puerta, y suplicar constantemente que las personas se conviertan y no se pierdan para siempre. Podemos prestarles este servicio de amor, aunque nunca se enteren de que lo hicimos.

No nos desanimemos cuando no veamos ningún avance y parezca que todo se pone aun peor. Precisamente este es el sufrimiento de nuestro Padre, tal como lo expresa a través del Profeta Oseas. ¡No nos demos por vencidos! Antes bien, asemejémonos al Padre en esta perseverancia y consolemos así su Corazón.