CONOCIENDO AL PADRE CELESTIAL (Parte II)

 Conocer, honrar y amar al Padre…

Es necesario que sepamos percibir en nuestra vida diaria la amorosa atención y delicadeza de Dios para con nosotros. Cuando nos sabemos amados por una persona, notamos con gratitud hasta sus más mínimos y a veces insignificantes gestos de amor. Éstos nos hablan de aquella persona, de modo que, al percibirlos, aprendemos a conocerla mejor. Con el paso del tiempo, quizá podamos entender que sus detalles para con nosotros no son sólo gestos transitorios o esporádicos; sino que brotan del corazón de aquella persona.

Lo mismo sucede en la relación con Dios Padre y en nuestro conocimiento de su amor. Empezamos a experimentar que todos sus amorosos detalles proceden del centro de su Corazón y son fruto de su amor por nosotros. Con esta constatación, los ojos del corazón y del espíritu se abren cada vez más y nos llenamos de asombro: el Señor lo ha hecho todo por amor a nosotros. Es como si no hubiera para Él nada más importante que embelesarnos y colmarnos de su amor, como si no existiera ninguna otra cosa en el mundo, como si sólo tuviera ojos para nosotros…

En este camino de conocerlo cada vez mejor, nuestra relación con el Padre Celestial experimenta una transformación. Se vuelve más íntima y natural; y, sin embargo, es siempre nueva, porque Dios no se deja ganar en creatividad al bendecirnos y mostrarnos su amor. Así como Él creó la suntuosa y gloriosa variedad de flores en los campos, que son aún más bellas que la seda de Salomón (Mt 6,29), así tampoco se cansa de mostrarles a sus hijos su amor de las más diversas formas. Lo descubriremos aun en los más mínimos detalles, porque la solícita y amorosa atención de Dios no desaprovecha ninguna ocasión para darnos a entender su entrañable afecto.