ASÍ LO HA DISPUESTO NUESTRO PADRE

“Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien” (Mt 11,25-26).

Así lo ha dispuesto nuestro Padre en su sabiduría.

La fe no se adquiere en primer lugar con los esfuerzos de nuestro entendimiento; sino que es un don de Dios que nosotros recibimos y que ha de acrecentarse y dar frutos. Por eso, incluso las almas más sencillas –y a veces precisamente ellas– son capaces de asimilar profundamente las verdades de nuestra fe y vivir de ellas. Cuando nos encontramos con personas así, podemos quedar asombrados de la naturalidad con que dan testimonio de la fe y de cómo ésta se ha convertido en el criterio de su actuar. Su forma de vivir la fe puede ser tan natural como la de un niño.

Así lo ha dispuesto nuestro Padre en su sabiduría.

La fe es accesible para todos los hombres. Los sencillos pescadores de Galilea escucharon el llamado y siguieron al Hijo de Dios, mientras que a los sabios y letrados del Pueblo les resultó difícil. En el Imperio Romano, la fe empezó difundiéndose especialmente entre los esclavos, hasta llegar poco a poco a las otras clases sociales. Los orgullosos no la abrazaron. En efecto, acoger la fe es un acto de humildad, porque reconocemos que es Dios quien nos redime y no nosotros mismos; que nuestro Padre es la meta, y no nosotros mismos; que a Él y a su Reino hemos de anunciar, y no a nosotros mismos.

Así lo ha dispuesto nuestro Padre en su sabiduría.

Alabemos a Dios nuestro Padre y regocijémonos con Jesús, porque seguirá siendo así hasta el Fin de los Tiempos. Y si ya ahora reconocemos en ello la sabiduría de nuestro Padre, ¡cuánto más cuando –en la vida eterna– veamos con mayor claridad aún que Él todo lo ha dispuesto para el bien de los hombres!