Sabiduría y entendimiento

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Pr 2,1-9

Lectura correspondiente a la memoria de San Benito, Abad

Hijo mío, si recibes mis palabras y guardas contigo mis mandamientos, prestando oído a la sabiduría e inclinando tu corazón al entendimiento; si llamas a la inteligencia y elevas tu voz hacia el entendimiento, si la buscas como si fuera plata y la exploras como un tesoro, entonces comprenderás el temor del Señor y encontrarás la ciencia de Dios.

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La expulsión de los espíritus inmundos

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Mt 10,1-7

Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio poder para expulsar a los espíritus inmundos y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el que le entregó. Jesús envió a estos doce, después de darles las siguientes instrucciones: “No toméis las rutas de los paganos ni entréis en poblados de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id y proclamad que el Reino de Dios está cerca.”

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Obreros para la mies

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Mt 9,32-38

Salían ellos todavía, cuando le presentaron un mudo endemoniado. Y, tras expulsar al demonio, rompió a hablar el mudo. La gente, admirada, decía: “Jamás se vio cosa igual en Israel.” Pero los fariseos comentaban: “Por el Príncipe de los demonios expulsa a los demonios.” Jesús recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y dolencia. Al ver tanta gente, sintió compasión de ellos, porque estaban vejados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: “La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies.”

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El crecimiento de la fe

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Mt 9,18-26

Mientras Jesús estaba hablando con los discípulos de Juan, se acercó un magistrado y se postró ante él diciendo: “Mi hija acaba de morir; pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá.” Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos. En esto, una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto, pues decía para sí: “Con sólo tocar su manto, me salvaré.” Jesús se acercó y le dijo: ¡Ánimo!, hija, tu fe te ha salvado.” Y desde aquel momento quedó sana la mujer.

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Elogio a la Santa Cruz

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Primera Lectura: Is 66,10-14c

Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis; alegraos de su alegría los que por ella llevasteis luto; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos, y apuraréis las delicias de sus ubres abundantes. Porque así dice el Señor: «Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz, como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones. Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán; como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados. Al verlo, se alegrará vuestro corazón, y vuestros huesos florecerán como un prado, se manifestará a sus siervos la mano del Señor».

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El valor objetivo de una bendición

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Gen 27,1-5.15-29

Isaac había envejecido y ya no veía bien por tener debilitados sus ojos. Un día llamó a Esaú, su hijo mayor, y le dijo: “¡Hijo mío!” Él respondió: “¿Qué deseas?” “Mira -dijo-, me he hecho viejo e ignoro el día de mi muerte. Así que toma tus saetas, tu aljaba y tu arco; sal al campo y me cazas alguna pieza. Luego me haces un guiso suculento, como a mí me gusta, y me lo traes para que lo coma, a fin de bendecirte antes de morir.”

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La verdadera libertad (Parte III)

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Los respetos humanos

En el tiempo actual resulta particularmente importante reflexionar sobre ellos, porque los respetos humanos parecen haberse adentrado incluso en la Iglesia. Cada vez son menos las voces que anuncian claramente la verdad católica, las que señalan el pecado, las que enseñan a entender correctamente la misericordia, las que recuerdan a las personas que un día habrán de rendir cuentas en el juicio, que su vida terrena llegará a su fin y que están llamadas a producir tanto fruto como puedan en el tiempo que se les concede.

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La verdadera libertad (Parte II)

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Con la meditación de ayer, nos hemos adentrado en un tema bastante extenso, que ha de ayudarnos a vivir nuestra fe cristiana con mayor libertad. Las diversas carencias de libertad impiden que el amor de Dios nos impregne por completo, y traen el peligro de que, a pesar de la maravillosa fe que se nos ha concedido, permanezcamos encerrados en ciertas prisiones interiores o, al menos, de que no saboreemos la plenitud de la libertad que Dios quiere concedernos. “Si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres” -nos dice Jesús (Jn 8,36).

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La verdadera libertad (Parte I)

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La verdadera libertad, que será el tema de nuestras próximas meditaciones, es aquella que solamente puede obtenerse en la entrega total a Cristo. No se trata, entonces, de la libertad que el hombre posee como don de Dios, por el simple hecho de ser hombre; sino que es una libertad que puede alcanzarse únicamente en la perfección cristiana.

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La verdadera sencillez (Parte II)

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Como habíamos visto en la meditación de ayer, al orientarnos hacia el amor y la verdad, nuestra vida empieza a concentrarse y hacerse más sencilla.

De ninguna manera puede entenderse como “sencilla” y deseable una vida que esté únicamente enfocada en la conservación material de la existencia. Tampoco se relaciona con la verdadera sencillez la falta de aptitud intelectual, que, al no comprender los contenidos más profundos, simplemente se queda con lo que le resulta más entendible. Tampoco es verdadera sencillez simplificar los contenidos y contentarse con explicaciones abreviadas y sin profundidad; ni es sencillez aquel “infantilismo”, que no se confronta a los problemas, sino que pasa por encima de ellos con ligereza, sin llegar jamás a una solución.

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