La verdadera libertad (Parte III)

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Los respetos humanos

En el tiempo actual resulta particularmente importante reflexionar sobre ellos, porque los respetos humanos parecen haberse adentrado incluso en la Iglesia. Cada vez son menos las voces que anuncian claramente la verdad católica, las que señalan el pecado, las que enseñan a entender correctamente la misericordia, las que recuerdan a las personas que un día habrán de rendir cuentas en el juicio, que su vida terrena llegará a su fin y que están llamadas a producir tanto fruto como puedan en el tiempo que se les concede.

A menudo el mensaje del evangelio es opuesto a las tendencias de este mundo, y si los cristianos están afectados por los respetos humanos, se suaviza el anuncio y se evade la exhortación a cambiar de vida y a volverse a Dios. Es posible que esta situación sea más drástica en algunas partes del mundo que en otras, pero a nivel general hay que decir que existe la tendencia de adaptar el mensaje de la Iglesia cada vez más al espíritu del tiempo, con lo que pierde su fuerza como “sal de la tierra” (cf. Mt 5,13).

Hay que lamentar que sean tan pocas las voces que se alzan en el interior de la Iglesia para advertir de la confusión que se está proliferando en Ella. Probablemente los respetos humanos sean una de las razones de este silencio…

Entonces, es tanto más importante dedicarnos a este tema, identificar en nosotros los respetos humanos y vencerlos, no sea que un día estemos ante el Señor y Él tenga que preguntarnos por qué no dimos el testimonio que debimos haber dado.

Los respetos humanos indican una fuerte dependencia de las personas. Suele relacionarse con una falsa condescendencia, que, a su vez, viene acompañada de una falsa compasión. Uno se hace dependiente de la opinión de las otras personas, o de su supuesta opinión. Esto significa que uno sospecha lo que el otro podría estar pensando de nosotros. De esta manera, caemos ya en una “carencia de libertad”.

Le damos demasiado peso a la otra persona; y, si miramos más profundamente lo que sucede en el interior, se trata de una especie de egocentrismo. Uno quiere agradar a la otra persona, y se corre el riesgo de buscar una falsa armonía con todos. Uno no soporta no ser bien visto por los demás y, en consecuencia, fácilmente sucede que se finge algo que no se es. Así, pueden aparecer aquellas dificultades mencionadas al inicio: No se profesa la verdad, porque esto podría causar disgusto en las otras personas, porque podrían apartarse o rechazarme, o sencillamente porque la verdad se opone a las tendencias del espíritu del tiempo.

Es muy importante que luchemos por vencer esta “carencia de libertad”, porque deforma la claridad de nuestro ser, así como también lo hacen las otras carencias de libertad que habíamos tratado en los días pasados. Cuando estamos atrapados en una de estas prisiones, aún no estamos arraigados definitivamente en Cristo, pues lo que tienen en común todas las carencias de libertad es que uno está demasiado centrado en sí mismo y, por tanto, pierde de vista a Dios.

Aquí se nos muestra también el camino para superarlas. ¡Se trata de vencer el egocentrismo y poner la mirada en Dios, preguntándole a Él cuál es la respuesta indicada en la situación dada! Si inmediatamente nos fijamos en las otras personas, nuestra libertad queda restringida. Esto se pone peor aún cuando demasiado rápido pretendemos pensar lo que el otro estará pensando, sin siquiera habernos posicionado objetivamente ante la situación.

Es posible que llevemos mucho tiempo con esta actitud, sin habernos dado cuenta. Quizá son sobre todo las mujeres quienes corren este peligro, porque ellas tienen el don positivo de la empatía, de manera que pueden, por ejemplo, percibir cómo se encuentra su hijo, o ponerse en los zapatos de la otra persona, o tener una especial sensibilidad para las necesidades que el otro pueda tener. Pero esta cualidad, que es buena en sí misma, se deforma cuando se impregna de respetos humanos y ya no está puramente dirigida al bien de la otra persona. Entonces, es tanto más importante deshacerse de los respetos humanos.

Existen aún más carencias de libertad, que limitan la expresión de nuestra vida cristiana. Trataremos sobre ellas en otra ocasión…

Por ahora, podemos decir como síntesis de las últimas tres meditaciones:

Sólo el juicio de Dios es el que cuenta definitivamente. Todo lo que yo diga y haga, es importante en primer lugar de cara a Dios. Y sólo entonces podemos fijarnos en las personas. Éste ha de ser un tema constante sobre todo para aquellas personas con fuertes respetos humanos. Todo hemos de hacerlo con la mirada puesta en Dios y en diálogo con Él. Así, podremos salir de la esclavitud de los respetos humanos hacia la libertad de los hijos de Dios.