Job 1,6-15.18-22
Un día en que los hijos de Dios fueron a presentarse ante el Señor, apareció también entre ellos Satanás. Dijo entonces el Señor a Satanás: “¿De dónde vienes?” Satanás respondió: “De dar vueltas por la tierra y pasearme por ella.” El Señor replicó a Satanás: “¿Te has fijado en mi siervo Job? No hay nadie como él en la tierra: es un hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y apartado del mal.”
Respondió Satanás al Señor: “¿Te crees que Job teme a Dios por nada? ¿No ves que lo has rodeado de protección, a él, a su familia y a todas sus posesiones? Has bendecido sus actividades y sus rebaños se extienden por el país. Pero trata de poner la mano en sus posesiones; te apuesto a que te maldice a la cara.” Contestó el Señor a Satanás: “De acuerdo. Métete con sus posesiones, pero no le pongas mano encima.” Y Satanás salió de la presencia del Señor. Un día en que sus hijos e hijas comían y bebían en casa de su hermano mayor, llegó un mensajero donde Job diciendo: “Estaban los bueyes arando y las burras pastando al lado, y de pronto han caído sobre ellos los sabeos y se los han llevado, después de haber matado a los siervos a filo de espada. Sólo yo he podido escapar para contártelo.” Todavía estaba éste hablando, cuando llegó otro con el siguiente mensaje: “Tus hijos e hijas estaban comiendo y bebiendo en casa del hermano mayor; de repente, un viento huracanado del otro lado del desierto ha embestido contra los cuatro ángulos de la casa, que se ha derrumbado sobre los jóvenes y han muerto. Sólo yo he podido escapar para contártelo.” Se levantó Job, rasgó su manto y se rapó la cabeza; después cayó rostro en tierra en actitud humillada y dijo: “Desnudo salí del seno materno y desnudo volveré a él. El Señor me lo ha dado y el Señor me lo ha quitado. Bendito sea el nombre del Señor.” A pesar de todo, Job no pecó ni imputó nada indigno a Dios.
Hay varios pasajes en la Escritura que relatan un encuentro entre Dios y algún ángel caído. En el Nuevo Testamento, tales encuentros suelen ser bastante breves. En el desierto, por ejemplo, el Señor rechaza contundentemente a Satanás (cf. Mt 4,3-11); los demonios se ven obligados a retroceder dondequiera que se encuentran con Él; en un caso concreto, piden permiso para entrar en los cerdos, que entonces acaban arrojándose al precipicio (cf. Mc 5,12-13).
Los exorcistas mencionan a veces que entablan conversaciones con los demonios, en las que éstos se manifiestan.
Sin embargo, hay que decir que, a nivel general, este ámbito relacionado con las “profundidades de Satán” (cf. Ap 2,24) es un tema que tiene que ser manejado con la debida objetividad y prudencia, y que hay que cuidarse de cualquier “fascinación del mal”, para que la oscuridad no pueda, de una u otra forma, ejercer su influencia.
La lectura de hoy ciertamente no es tan fácil de entender, porque, a primera vista, parece incomprensible que Dios dé permiso a Satán para tentar a Job. Pero debemos recordar que también en el Paraíso, cuando el hombre aún vivía en estado de inocencia, se le permitió al ángel caído tentarlo (cf. Gen 3,1-6). Puesto que nada sucede sin Dios y todo está insertado en su plan de salvación, también estas realidades difíciles de entender deben tener su profundo sentido.
En un primer momento, parecería que Dios tiene que demostrarle a Satán que Job realmente le es fiel. Sin embargo, esta suposición es equivocada, porque el juicio de Dios sobre una persona es independiente de la opinión de las criaturas, más aún tratándose del Tentador. Pero Dios sabe integrar el poder del mal en su plan de salvación, y, de hecho, éste es un aspecto especial de su Omnipotencia. Recordemos que el Diablo, al igual que todo lo creado por Dios, originariamente era bueno. No es que él haya sido creado malo, ni surgió por sí mismo como una especie de “anti-fuerza destructiva”, como pretenden decirnos algunas falsas doctrinas.
Como criatura racional, Dios dotó a los ángeles del don de la libertad, de manera que pudiesen responder a su amor, servirle a Él y participar de su gloria, como todas las criaturas. Efectivamente, el verdadero amor necesita de la libertad como fundamento. Pero Lucifer y sus secuaces abusaron de esta libertad. Así, el ángel se convirtió en Satanás; es decir, en el adversario.
Dicho en otras palabras, Satanás intenta utilizar sus dones para oponerse a los planes de Dios, abusando así de su libertad. Y ya que él todavía no ha sido definitivamente arrojado al lago de fuego y azufre, donde estarán también la Bestia y el Falso Profeta y “serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Ap 20,10), puede él seguir tentando a los hombres con la permisión de Dios.
Es importante hacer énfasis en el concepto de la “permisión de Dios”, pues aun en las dolorosas pruebas que constituyen las tentaciones de todo tipo, Dios persigue otro fin, muy distinto al que Satanás se propone. En la lectura de hoy, se hace evidente este contraste: Satanás, el acusador de los hermanos (cf. Ap 12,10), pretende demostrar que Job honra a Dios sólo por interés propio. Dios, en cambio, le da a Job la oportunidad de demostrar el amor que le tiene. Y, efectivamente, nos encontramos a un Job que, tras haber sido duramente probado, expresa de forma maravillosa su entrega a Dios: “El Señor me lo ha dado y el Señor me lo ha quitado. Bendito sea el nombre del Señor.”
Y este mismo patrón está en el fondo de todas las tentaciones: El Señor, en su sabiduría, convierte las intenciones maliciosas de Satanás en planes de salvación. Partiendo de esta certeza –de que, al fin y al cabo, las tentaciones han de robustecernos– el Apóstol Santiago nos asegura en su carta: “Hermanos míos, sentíos realmente dichosos cuando os veáis rodeados por toda clase de prueba, pues sabéis que la calidad probada de vuestra fe produce paciencia. Pero la paciencia ha de culminar en una obra perfecta, para que seáis perfectos e íntegros, sin que dejéis nada que desear.” (St 1,2-4)
Entonces, Dios se vale de la rebelión de Satanás conforme lo haya dispuesto en su plan de salvación. Por eso nunca debemos rendirnos cuando nos sobrevengan pruebas a nivel personal o cuando veamos cómo la Iglesia está siendo tan fuertemente purificada. El Diablo trata de desanimarnos, para que nos demos por vencidos, emprendamos definitivamente la retirada y dejemos de anunciar el Evangelio.
Dios, en cambio, quiere fortalecernos a través de las tentaciones, para que nos unamos más profundamente a Él, para que creamos más, para que permanezcamos fieles a la Iglesia y aprendamos a ofrecer resistencia a Satanás.
En todas las tentaciones, hemos de mantener siempre en pie la relación con el Señor y entender que Él permanece junto a nosotros, independientemente de si lo sintamos o no. ¡Nunca podemos perder la confianza! Así, seremos fortalecidos y purificados de aquello que no hace parte de lo esencial en nuestro camino de fe.