UN CORAZÓN NUEVO

“Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Ez 36,26).

¡Lo que está en juego es el corazón del hombre! ¿A quién le pertenece?

Nuestro Padre Celestial quiere habitar en nuestro corazón y hacerlo receptivo a su amor, que sin cesar nos ofrece. El corazón nuevo que Él nos da es uno que ya no se endurece, que no se cierra más al amor, que se ensancha frente a las necesidades de todos los hombres, que ya no tolera la frialdad que aún descubre en sí mismo y permite que el amor de Dios derrita la capa de hielo que a menudo lo rodea.

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CONFÍA EN MÍ

Hoy se cumplen cien días desde que empezamos con estos impulsos diarios para conocer, honrar y amar más profundamente a nuestro Padre Celestial; es decir, que esta es la centésima meditación de los “3 minutos para Abbá”. Entonces, tenemos razón suficiente para agradecer a nuestro Padre y a todos aquellos que cooperan con nosotros, oran por nosotros y nos escuchan. 

“¡Confía en mí, yo soy tu Padre!” (Palabra interior).

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LAS BUENAS OBRAS QUE DIOS DISPUSO QUE PRACTICÁRAMOS 

“Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús, para hacer las buenas obras, que de antemano dispuso Dios que practicáramos” (Ef 2,10).

El Padre ha preparado todo para nosotros. Así, no se trata primordialmente de hacer realidad nuestras propias ideas en nuestra vida. En efecto, éstas son limitadas e incontables, se alinean una tras la otra sin señalarnos realmente el camino a seguir.

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PERMANECE EN MÍ Y YO EN TI

“Permanece en mí y yo en ti” (Palabra interior).

Permanecer significa detenerse y no continuar inmediatamente a una siguiente actividad. También podríamos hablar de “disfrutar”. En las cosas terrenales no podemos detenernos. Si lo hiciéramos, les daríamos una importancia que no les corresponde y nosotros mismos tampoco obtendríamos ningún verdadero beneficio, pues nuestra alma no se llenaría de aquello que en lo profundo anhela.

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MI CORAZÓN TE PERTENECE

“Mi corazón te pertenece y tu corazón me pertenece” (Palabra interior).

¡A tal punto nuestro Padre quiere estar unido a nosotros! No olvidemos nunca que la relación de amor entre Dios y los hombres es una historia de amor. El Señor quiere que el carácter de esta relación que Él procura tener con sus hijos corresponda a las palabras citadas: “Mi corazón te pertenece y tu corazón me pertenece”.

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EL SEÑOR PROTEGE AL FORASTERO

“El Señor protege al forastero, sustenta al huérfano y a la viuda” (Sal 145,8).

En su amor y providencia, nuestro Padre tiene en vista a todas las personas; y nos exhorta a que también nosotros prestemos especial atención a aquellas que fácilmente son marginalizadas. Los forasteros están expuestos a ser explotados y engañados, si el amor no se hace cargo de ellos y se encuentra con delicadeza con su carácter extranjero, para que se sepan cobijados por este amor.

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“ÉSTE ES MI HIJO AMADO; ESCUCHADLE”

Conforme al relato de los evangelios, estando Jesús en el Monte Tabor con Pedro, Santiago y Juan, se transfiguró delante de ellos. Entonces salió de una nube la voz del Padre que les decía:

“Éste es mi hijo amado, en quien me complazco; escuchadle.” (Mt 17,5b)

Al oír la voz del Padre, los discípulos se llenaron de miedo y el Señor tuvo que levantarlos diciéndoles: “No tengáis miedo” (Mt 17,7).

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EL SEÑOR ES CLEMENTE Y MISERICORDIOSO

“El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad.”
(Sal 144,8)

La clemencia de nuestro Padre Celestial nos envuelve siempre, como una constante invitación a abrirnos a su amor. Toca siempre a la puerta de nuestro corazón, pidiendo ser recibida como un huésped delicado, querido y bienvenido. Si le abrimos las puertas, ella entrará y se establecerá en nuestro corazón, convirtiéndolo en un trono de la gracia de Dios. Entonces su gracia empieza a guiarnos y modela todo en nosotros conforme a la sabiduría de la Voluntad Divina.

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CONFIANZA TRIUNFANTE

“Confiad en mí con una confianza que os transforma y a la cual no podré resistir. Entonces yo perdonaré vuestras faltas y os colmaré de las mayores gracias” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

La confianza en Dios nos abre una amplia puerta hacia la verdadera vida, de modo que entra en nuestro corazón una felicidad que puede sanar muchas cosas en nosotros, así como también servir a otras personas. Nuestra vida adquiere una seguridad y libertad nunca antes experimentadas, y nuestro Padre puede comunicársenos día a día de forma sencilla, de modo que podamos entenderlo cada vez mejor. Día tras día se nos vuelve más natural la relación con Dios. El pesado yugo que a menudo se cierne sobre nuestra vida se transforma en una carga cada vez más ligera, y se vuelve cada vez más profunda la aceptación de nuestra humanidad y de la vida que Dios nos ha concedido.

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