“Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.”
El Espíritu de Dios penetra profundamente en nuestras almas; es decir, quiere llegar hasta el centro de nuestro ser y morar allí, junto con el Padre y el Hijo que ponen su morada en nosotros, según las palabras de Jesús (cf. Jn 14,23). Una vez establecido en nuestro corazón, el Espíritu de Dios podrá moldearnos a imagen de Dios, siempre y cuando se lo permitamos. Esta es la gran obra del Espíritu Santo, una vez que ha llevado al hombre a la conversión y lo ha traído de regreso a la obediencia de amor hacia Dios.