UNA ESPADA DE FUEGO EN LAS MANOS DE DIOS

“Dirigidme vuestra oración, para que yo pueda llevar a cabo la obra de mi amor en todas las almas” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Una de las más bellas y fructíferas tareas que nuestro Padre nos encomienda es la oración. No sólo tiene un valor inestimable para nuestra propia santificación; sino que beneficia a toda la humanidad.

¿Qué es lo que hace que la oración sea tan valiosa, a tal punto que existan en nuestra Iglesia vocaciones que le consagran toda su vida, retirándose del mundo y considerándola como su principal misión para la Iglesia y el mundo, junto con el camino de la santidad?

¿Qué es lo que mueve a la Virgen María a aparecerse una y otra vez, y a decirles con insistencia a los videntes –por ejemplo a Mariette en Banneaux (Bélgica)– que recen mucho?

La oración devota y llena de fe abre paso a un diálogo confiado con Dios. Trae luz y gracia a nuestra alma y al mundo entero. Ahuyenta los poderes de las tinieblas y puede desatar el actuar de Dios en las situaciones concretas (cf. p.ej. Ap 8,3-4). La oración es un puente del cielo a la tierra y de la tierra al cielo; una escalera por la que descienden y suben los ángeles, llevando nuestras oraciones ante el trono de Dios (cf. Gen 28,12).

“Como nosotros no sabemos pedir como conviene, el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inenarrables”(Rom 8,26). Entonces, es el Espíritu Santo quien ora en y con nosotros, y Él mismo nos impulsa a la oración.

Los “verdaderos adoradores”, que adoran al Padre “en espíritu y en verdad” (Jn 4,23), se convierten en una espada de fuego en las manos de Dios. Su oración brota del Corazón de Dios, así como de lo más profundo de su propio corazón. Es capaz de atravesar toda niebla, de superar todo obstáculo y de conducir de vuelta a Dios.

El Padre nos llama a ser cooperadores de la salvación y quiere incluirnos en la obra salvífica, porque, como dice San Agustín, “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti” (San Agustín, Sermo, 169,13). Así, la oración se convierte en una constante y atenta escucha de su Voluntad, y nos comunica además la gracia para cumplirla de forma fructífera.

Nuestro Padre nos pide nuestra oración para llevar a cabo su “obra de amor” en todas las almas. Él quiere realizar su obra en íntima cooperación con nosotros. ¡Qué honor para el hombre, y qué gran petición del Padre para la salvación de la humanidad!