“TE ENSEÑARÉ EL CAMINO QUE HAS DE SEGUIR”

 “Te instruiré y te enseñaré el camino que has de seguir, fijaré en ti mis ojos” (Sal 31,8).

Los caminos de nuestro Padre son perfectos y, mientras escuchemos y sigamos sus instrucciones, no nos extraviamos.

¿Podría acaso ser de otra manera? Nuestro Padre, que nos creó y nos redimió, llamándonos a su Reino Eterno, ¿no conducirá a los suyos por el sendero recto? Sería imposible imaginar que no lo hiciera, siendo así que Dios es fiel y nos ama con un amor inefable. Él no traicionaría jamás su amor ni jugaría con nuestros sentimientos. En la Persona de su Hijo, nos abrió el camino seguro para llegar a Él (Jn 14,6). ¿Acaso no nos manifestó su insuperable amor en la Cruz? Cuando los hombres traicionaron su amor, ¿no respondió Él con un amor aún más grande? ¿Acaso no estableció su Iglesia como Maestra para todos los pueblos?

Todo esto lo ha hecho nuestro Padre en su amor por nosotros, y nos envió a su propio Hijo para señalarnos el camino hacia Él. Así como liberó con mano fuerte a su Pueblo Israel de la opresión en Egipto y lo condujo a través del desierto a la Tierra Prometida, el Señor libera a todos los hombres de la esclavitud del pecado y de la tiranía de Satanás, y los conduce a través de este tiempo a su Patria Eterna, siempre y cuando escuchen su voz.

Los ojos bondadosos de Dios velan sobre nosotros, los hombres, y nada se escapa de su mirada. Todo lo que nos concierne es importante para Él. No hay nada que le parezca demasiado insignificante como para no ocuparse amorosamente de ello. Así como una madre jamás pierde de vista a su pequeño niño ni puede sacarlo de su corazón, así también nuestro amoroso Padre cuida de nosotros.

“Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me recogerá” (Sal 26,10).

El verso del salmo que hoy hemos escuchado nos asegura que, en medio de los tiempos difíciles, el Señor conduce a los suyos por sendas seguras y los acompaña día y noche. Nadie puede arrebatar de su mano a sus ovejas (Jn 10,27), y ellas pueden estar seguras de que el Señor siempre las guiará e instruirá, y su consejo jamás se agotará. Cuando lo invoquen, Él las escuchará (Sal 33,5).