SIEMPRE HAS BUSCADO AL HOMBRE

“En tu constante bondad siempre has buscado al hombre. En el Paraíso exclamaste: ‘Adán, ¿dónde estás?’” (Himno de Alabanza a la Santísima Trinidad).

Esta fue la respuesta de nuestro Padre a la dolorosa caída del hombre, cuya consecuencia fue que, a partir de entonces, el pecado proliferara y, en adelante, todas las generaciones venideras tuvieran que vivir bajo la sombra del pecado original, a excepción de la Virgen María, a quien Tú preservaste de la mancha del pecado para que fuese el puente a través del cual viniese al mundo el Redentor.

“Adán, ¿dónde estás?” –es el grito que brota de lo más profundo del corazón de un Padre amoroso a lo largo de los siglos; un grito que sigue resonando ininterrumpidamente hasta el día de hoy. Nuestro Padre está siempre en busca de sus hijos. Para redimirlos, envió a su Hijo a hacerse hombre, para “buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,10).

Nuestro Padre no nos abandonó ni lo hará jamás. Aun si el hombre le da la espalda, Él no le retira su amor, sino que lo busca y lo espera mientras sea posible. Sólo el hombre mismo puede cerrarse a este amor –como sucedió con los ángeles caídos– y obstinarse en su cerrazón.

En nuestras reflexiones sobre Dios Padre, nos encontramos una y otra vez con el amor de Dios que busca sin cesar al hombre y quiere convencerlo de mil maneras de que su verdadera dicha radica en que tiene un Padre en el cielo, cuya gran felicidad es que nos convirtamos y volvamos a Él, para poder celebrar con nosotros la eterna “fiesta del retorno a casa” de su hijo perdido.

Nuestro Padre quiere sanarnos de todas las consecuencias de la dolorosa pérdida del Paraíso: nos da su cercanía, a través de su Hijo nos abre todas las fuentes de la gracia, especialmente la del perdón, nos guía hacia la eternidad, donde ya no nos faltará nada, porque Dios ha suplido todo aquello en lo que nosotros, los hombres, fallamos.

Por nuestra parte, sólo hace falta dar nuestro consentimiento al camino por el cual nuestro Padre quiere conducirnos para permanecer en su gracia. Entonces podremos exclamar con incesante alegría: “Padre, tú nos has buscado y nos has hallado. ¡Aquí estamos!”