“SI ALGUNO AMA AL MUNDO…”

 “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1Jn 2,15).

Como nos dice el Evangelio, “nadie puede servir a dos señores” (Mt 6,24). Nuestro corazón ha de pertenecer indivisamente al Padre Celestial, y entonces aprenderemos a amar al mundo con el amor del Padre: “Tantó amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito” (Jn 3,16).

Si amamos al mundo a la manera del Padre, lo miramos desde la perspectiva de que está necesitado de Redención. Anhelamos la salvación de las almas y queremos asistir a los hombres en el camino para hallarla. Pero no lo hacemos adoptando la mentalidad del mundo, ni buscando su aprobación, ni asemejándonos a él. Antes bien, hemos de mantenernos lejos de los ídolos modernos y sustraernos de la atracción del mundo, para que éste no esté en concurrencia con nuestra entrega al Padre.

La afirmación de San Juan es inequívoca: “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”. Nos lleva al discernimiento de los espíritus, pues nos ayuda a reconocer si una persona está cerca de Dios o inclinada hacia el mundo.

Siempre que el espíritu del mundo se vuelve dominante en nuestra vida, cuando nos regimos de acuerdo a sus criterios, perdemos el enfoque en el Padre. Entonces ya no es su Palabra la que mide e impregna todo en nuestra vida, sino que el mundo alejado de Dios ejerce su dominio sobre nuestra forma de pensar y de sentir. Así, el hombre se vuelve “mundano”, mientras que el amor al Padre lo hace cada vez más partícipe de su ser y, en ese sentido, lo torna “divino”.

Nuestro Padre nos deja vivir en este mundo, pero quiere que no seamos del mundo (cf. Jn 17,16). Si nos involucramos con el mundo para ser amados por él, emprendemos un mal camino. Nuestra meta, en cambio, es acoger totalmente el amor del Padre y vivir para siempre en él. Para ello, es necesaria una distancia frente al mundo, porque éste puede convertírsenos en tentación. Por eso, debemos estar vigilantes y ser prudentes en el trato con él.