“QUE BRILLE TU ROSTRO”

“Dios de los ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve” (Sal 79,20).

¡Cuántas veces estamos necesitados de que nuestro Padre nos levante y nos restaure! ¡Y cuántas veces Él lo hace! ¿Quién no es escuchado cuando acude a Él?

Restaurarnos significa despojarnos de la pesadez: ya sea la pesadez de las culpas, la carga de nuestras múltiples faltas, el abatimiento por no ser tan buenos como quisiéramos, el peso de una vida agobiante, la carga de una situación difícil…

El Señor quiere que acudamos a Él con todo este peso… A Él no le gusta que sus hijos sean arrastrados por las tormentas, ya sean éstas interiores o exteriores. Dios quiere vernos firmes sobre un suelo seguro, y que afrontemos la vida con valentía y gratitud, recibiéndola como un regalo de su mano y haciéndola fructificar. Ciertamente nuestro Padre, en su sabiduría, vela sobre nosotros para que no caigamos arrogantemente en la trampa de la soberbia. Si las humillaciones pueden servirnos para resistir a estas tentaciones, Él las permitirá. Pero las humillaciones no son para abatirnos, sino para contrarrestar el peligro de la soberbia.

Hemos de elevar la mirada a nuestro Padre, para tener presente en todas las situaciones que su rostro brilla sobre nosotros lleno de bondad. Con tanta facilidad olvidamos al Señor y dejamos que las sombras de la vida enturbien nuestro ánimo. Elevar la mirada a él nos libera del apego a nosotros mismos, que ata con tanta tenacidad nuestra vida, la apesadumbra y representa una carga también para las otras personas.

Si la Sagrada Escritura nos exhorta a “llevar los unos las cargas de los otros” (Gal 6,2), ciertamente esto no significa que debamos cargárselas innecesariamente a los demás. El Señor quiere asumir nuestras cargas y, en efecto, ya las asumió.

Así, nos ayudará mirar a la cruz y, junto con el Señor, mirar al Padre. Entonces seremos restaurados y su amoroso rostro brillará sobre nosotros en el Crucificado, que exclama: “Todo está consumado” (Jn 19,30).