PERMANECER EN DIOS

“Permanece en mí y yo en ti” (Palabra interior).

La contemplación significa permanecer en el Señor en nuestra peregrinación por este mundo. El Señor nos invita a ello: “Permaneced en mí, como yo en vosotros” (Jn 15,4). Hay distintas maneras de permanecer en Él.

Nuestro Padre reposa en el alma de una persona que vive en estado de gracia. Allí ha puesto su morada y allí permanece, porque es su alegría estar junto a los hombres. Siempre y cuando no cerremos las puertas de nuestra alma, cayendo y permaneciendo en un pecado grave, podremos gozar constantemente de este estado, de modo que, cuando lo busquemos, podremos encontrarnos con Dios en nuestra propia alma.

Esta presencia de Dios es muy suave y delicada, y poco a poco el alma aprende a percibirla. Como describe el Libro de los Reyes, el Profeta Elías no encontró a Dios en la tormenta ni en el huracán, sino en la suave brisa del Espíritu (1Re 19,11-13). Lo mismo experimentamos en nuestro interior. Nuestro Padre nos atrae con su tierno amor y nos ilumina con una luz delicada y suave. En esta luz el alma puede permanecer.

Pensemos, por ejemplo, en el recogimiento interior que a veces se nos concede tras haber recibido la santa comunión, o en el silencio que en ocasiones experimentamos en el momento de la consagración en la Santa Misa, que es aún más palpable en el rito tradicional, cuando el sacerdote, vuelto hacia Dios, reza en silencio el Canon. Surge entonces un santo silencio…

Éstos son momentos en los que el alma entra en contacto con la eternidad; momentos en los que quiere permanecer, mientras Dios permanece en ella. ¿Acaso no hemos experimentado ese santo silencio, en el cual ya no anhelamos nada más que permanecer en él? En efecto, ¿adónde habríamos de ir? Por desgracia, este estado suele ser breve y las distracciones vuelven a alcanzarnos.

Sin embargo, podremos experimentar con mucha más frecuencia este estado si nos tomamos el tiempo para un diálogo íntimo con el Señor en el silencio. El Padre espera que lo busquemos en nuestro propio corazón, para poder cultivar la relación de amor con nosotros. Él permanece en nuestro corazón y también nosotros estamos llamados a hacerlo. Allí el alma pierde la noción del tiempo y experimenta un preludio de la eternidad, que es para ella como un retorno a casa. Es allí donde el alma quiere llegar y permanecer para siempre.