La sabiduría de San Francisco de Sales

En el calendario tradicional, se conmemora hoy a San Francisco de Sales. Si alguien prefiere una meditación que corresponda al calendario actual, puede encontrarla en este enlace: http://es.elijamission.net/resistencia-ante-las-fuerzas-del-mal/

San Francisco de Sales nació el 21 de agosto de 1567 en la región de Saboya en Francia. El joven, perteneciente a la nobleza, estaba inicialmente encaminado hacia una carrera mundana. Estudió Derecho en París y en Padua. Paralelamente estudió teología, debido a que la doctrina calvinista de la predestinación le produjo una crisis. Tras doctorarse en derecho civil y canónico, iba a convertirse en senador, pero impuso su decisión de hacerse sacerdote a pesar de las resistencias de su padre.

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La autoridad de Jesús

Mc 1,21-28

Llegados a Cafarnaún, Jesús entró el sábado en la sinagoga y se puso a enseñar. Y la gente quedaba asombrada de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: “¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: el Santo de Dios.” Jesús, entonces, le conminó: “Cállate y sal de él.” Y el espíritu inmundo lo agitó violentamente, dio un fuerte grito y salió de él.

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La fe es la luz

Mc 4,35-41

Aquel día, llegada la tarde, les dice: “Crucemos a la otra orilla.” Y, despidiendo a la muchedumbre, le llevaron en la barca tal como estaba. Y le acompañaban otras barcas. Y se levantó una gran tempestad de viento, y las olas se echaban encima de la barca, hasta el punto de que la barca ya se inundaba. Él estaba en la popa durmiendo sobre un cabezal. Entonces le despiertan, y le dicen: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?”

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El Reino de Dios

Mc 4,26-34

En aquel tiempo, Jesús dijo: “El Reino de Dios viene a ser como un hombre que siembra el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto y en cuanto está a punto el fruto, enseguida mete la hoz, porque ha llegado la siega.” Decía también: “¿A qué se parecerá el Reino de Dios?, o ¿con qué parábola lo compararemos? Es como un grano de mostaza que, en el momento de sembrarlo, es más pequeño que cualquier semilla que se siembra en la tierra. Pero una vez sembrado, crece y se hace mayor que todas las hortalizas, y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra.”

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La grandeza de una vocación

Hch 22,3-16

En aquellos días, dijo Pablo al pueblo: “Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad e instruido a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley de nuestros antepasados. Estuve lleno de celo por Dios, como lo estáis todos vosotros el día de hoy. Yo perseguí a muerte este Camino, encadenando y encarcelando a hombres y mujeres, como pueden certificarlo el Sumo Sacerdote y todo el consejo de ancianos.

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SANTA INÉS – Parte IV: «Fiel hasta la muerte»

ESCENA 15

AMBROSIO: Hermanos míos, ¿recordáis lo que en la parábola le dijo Abraham al rico epulón? “Si no creen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán aunque uno resucite de entre los muertos” (Lc 16,31). Pues bien, sucedió exactamente así cuando Claudio hubo resucitado. Aquella generación, que no había creído el elocuente testimonio de tantos mártires, tampoco al ver este potente signo se convirtió de sus malas obras ni dio la gloria al Dios del cielo (Ap 16,9.11). Antes bien, así como en su tiempo los fariseos quisieron aniquilar el testimonio del Lázaro a quien Jesús hubo resucitado, los sacerdotes de los ídolos enviaron a Claudio al destierro, para silenciar este viviente testimonio a favor de Cristo. Su padre Minucio Rufo, Prefecto y Supremo Juez de Roma, al ver tan grande milagro, quiso una vez más salvar a Inés; pero temió la cólera del pueblo y abdicó su autoridad en manos de su representante, por nombre Aspasiano.

UN GRITO EN LA PLEBE: “Matad a esa bruja, que hechiza los sentidos de los hombres y transforma las almas.”

AMBROSIO: El injusto juez reabrió el proceso de Inés en una juicio sumario, esta vez bajo la acusación de hechicería. Pisoteando todos los requisitos del derecho, pronunció aquel mismo día la condenación: la virgen Inés debía morir en la hoguera en exhibición pública…

AURELIO VALERIANO (en una carta a los padres de Inés): Aurelio Valeriano, abogado defensor de la virgen Inés, a Honorio Plácido y a su esposa Laurencia.

En vista de que vosotros no os habéis sentido capaces de presenciar el suplicio de vuestra amada hija, quiero corresponder a vuestro deseo de relataros a detalle sus últimos momentos.

A la hora nona, el circo empezó a llenarse. Inés se hallaba en una celda en el sótano del circo, vestida con una túnica blanca. La hoguera estaba preparada… De repente, un tumulto en la gradería. Una mujer se abría espacio para conseguir un sitio cerca de la hoguera y exclamaba:

CRESCENCIA: ¡Al menos debe haber una que le dé consuelo!;

AURELIO VALERIANO: A lo cual otro protestó: “¡No eres la única; somos muchos!”

Entonces, fui enviado a traerla a la arena. La encontré de rodillas en la celda y pude oír el susurro de su voz:

INÉS: Señor, si no es posible que esta copa pase sin que la beba, hágase Tu voluntad. ¡Pero fortalece a ésta tu pequeña e indefensa hija!

AURELIO VALERIANO: Casi sin atreverme a interrumpir su ardiente súplica, abrí la puerta y le dije: “Inés, ha llegado el tiempo.”

INÉS: “No el tiempo; la eternidad.”

(Inés es conducida a la arena y sube a la hoguera.)

VERDUGO: ¡Encended la hoguera!

GRITO 1: ¡Mirad! ¡Mirad! ¡El fuego se ha partido en 2!

GRITO 2: ¿Veis lo que yo veo o me engañan mis ojos?

GRITO 3: ¡La doncella está incorrupta!

AURELIO VALERIANO (continúa escribiendo): Efectivamente: allí estaba, en medio del fuego, con sus brazos extendidos en forma de cruz, como una orante. De repente, descendió de la hoguera, y ni un solo cabello de su cabeza había sido consumido por las llamas.

GRITO 4: ¡Es una bruja!

GRITO DEL JUEZ: ¡Verdugo: decapítala!

INÉS: Agnus… Dei…

AURELIO VALERIANO (con voz quebrada): Con gran pesar, pero a la vez una serenidad que no logro explicarme, tengo que cerrar este relato. Mis fuerzas se agotan…

ESCENA 16 (EPÍLOGO)

AMBROSIO: No tenía aún edad de ser condenada, pero estaba ya madura para la victoria; Y eso que a esta edad las niñas no pueden soportar ni la severidad del rostro de sus padres, y si distraídamente se pican con una aguja se ponen a llorar como si se tratara de una herida.

Pero ella, impávida entre las sangrientas manos del verdugo, inalterable al ser arrastrada por pesadas y chirriantes cadenas, ofreció todo su cuerpo a la espada del enfurecido verdugo, ignorante aún de lo que es la muerte, pero dispuesta a sufrirla.

Todos lloraban, menos ella. Todos se admiraban de que con tanta generosidad entregara una vida de la que aún no había comenzado a gozar. Hubiérais visto cómo temblaba el verdugo, como si fuese él el condenado; cómo temblaba su diestra al ir a dar el golpe. La niña, mientras tanto, se mantenía serena.

¡Y es que el Autor de la naturaleza puede hacer que sean superadas las leyes naturales! ¿Qué otra explicación podría encontrarse para una valentía tal, si no era el espíritu de fortaleza obrando en ella?

En una sola víctima tuvo lugar un doble martirio: el de la castidad y el de la fe. Permaneció virgen y obtuvo la gloria del martirio, siguiendo al Cordero adondequiera que vaya.

In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti.

PRESBÍTERO PAULINO (se abre camino para llegar donde el Obispo Ambrosio, cuando éste apenas ha terminado la celebración): ¡Pater Ambrosie! ¡Pater Ambrosie! Apenas hoy llegué a Milán, y aquí me dijeron que no podría perderme de su sermón de este día. Y en efecto, aunque conozco tan bien esta historia: me ha conmovido hasta las lágrimas esucharla hoy de sus labios… ¡Y ahora vos tenéis que escuchar brevemente mi historia! No os preocupéis, que bien sé que tanto vos como yo estamos de apuro. ¡Prometo no extenderme!

AMROSIO: ¡Venid! ¡Sentaos! Y, antes de escuchar vuestra historia, permitidme preguntaros: ¿quién sois y de dónde venís?

PRESBÍTERO PAULINO: Soy Paulino, presbítero de Roma. Y figuraos que la iglesia que me ha sido encomendada es –¡vaya coincidencia!– la de Santa Inés, construida sobre su tumba afuera de los muros de Roma. Y ahora escuchad: Hace un tiempo atrás, las tentaciones de la carne me atacaron con tal vehemencia que, a fin de no deshonrar mi sacerdocio, fui decidido donde el Sumo Pontífice para pedirle que me dispensase y me permitiese contraer matrimonio. El Santo Padre me dio entonces un anillo, y me dijo: “Paulino, id frente a la imagen de Santa Inés que está pintada en vuestra iglesia, y decidle que venís por orden del Papa para pedirle que os acepte como marido.” Ya os imagináis que mi primera reacción no fue tan entusiasta; pero, haciendo un acto de fe, obedecí al pie de la letra el consejo del Santo Padre… Y, no lo creeréis: cuando le ofrecí el anillo y, por así decir, le propuse matrimonio, la imagen extendió su brazo, tomó el anillo y lo colocó en su dedo. Al instante, cesaron todas las tentaciones que me acechaban y desde entonces no han vuelto… Y si no podéis creérmelo, venid a visitar la iglesia de Santa Inés. ¡Encontraréis que hasta el día de hoy puede verse el anillo en su imagen!

AMBROSIO: ¡Acepto vuestra invitación! Espero ir pronto en peregrinación… Esta pequeña me ha cautivado, ha conquistado mi corazón. ¡Debo admitir que la historia que acabáis de contarme casi me ha provocado celos!

PRESBÍTERO PAULINO: ¡No es necesario! ¡Creo que ahora, en el cielo, tiene un corazón para todos! Pero ahora, Pater Ambrosie, debo marcharme. Pues si hoy, en el día de la gran fiesta de nuestra iglesia, no pude presidir la celebración en honor de Santa Inés, al menos tendré que llegar a tiempo para el día de Santa Emerenciana, su hermana de leche. Nunca puedo olvidar cómo mis abuelos me contaron sobre la gloriosa muerte de esta niña: Ellos mismos habían sido parte del grupo de personas que, pasados sólo algunos días del martirio de Santa Inés, acudieron a su tumba. Una horda de paganos los acorraló y empezó a arrojarles piedras, de modo que el grupo se dispersó. Pero, desde lejos, pudieron observar que alguien permanecía allí, inamovible, orando: era la pequeña Emerenciana, que, así como en vida había sido inseparable de Inés, lo fue también en la muerte. Los implacables paganos la apedrearon hasta darle muerte. Y así, la que era apenas catecúmena, recibió el bautismo de sangre y, tal como lo había visto en su sueño, marchó mano en mano con Inés al Banquete de Bodas del Cordero.

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SANTA INÉS – Parte III: «Intacta en su pureza»

ESCENA 12

PREFECTO MINUCIO RUFO: Hoy abro la última sesión de este proceso, para anunciar pública y solemnemente la sentencia contra la acusada. ¡Levántate, acusada, para escuchar el dictamen de la Suprema Corte de Justicia de Roma! En nombre del Augusto Emperador, de la santa Ciudad de Roma y del pueblo romano. En su duodécimo año de vida, la virgen Inés, hija del patricio Honorio Plácido y su esposa Laurencia, ha sido acusada de alta traición y de blasfemia. Después de haber investigado los hechos y examinado justa e imparcialmente a la persona de la acusada en sus actos y omisiones, ponderando el grado de su responsabilidad y el peso de sus propias declaraciones, dictamos la siguiente sentencia: La acusada es hallada culpable de blasfemia. Aunque la acusada afirme que renunciar a nuestros dioses no necesariamente implica blasfemar contra ellos, es evidente que la fe en los dioses resulta del todo incompatible con la doctrina cristiana. Por tanto, la sentencia contra la virgen Inés, acusada y condenada por blasfemia contra los dioses, es: a perpetuidad el trabajo forzado más despreciable, en un burdel del más bajo nivel.

GRITOS EN LA PLEBE:

“¡No basta la deshonra! ¡Muerte a la blasfema!”

“¡Quemad a la cristiana! ¡La cristiana ha de arder! ¡Quemadla!”

“¡Esta niña es la inocencia en persona!¡Al condenarla atraeréis sobre vosotros la ira divina!”

“Su corazón valiente triunfará sobre aquellas mentes retorcidas.”

PREFECTO MINUCIO RUFO: ¡Llevadla al burdel!

INÉS (sollozando): Me rodea una oscura noche; el espanto escalofría y hace temblar mi entero cuerpo. ¡Yo sé, Señor: aun cada uno de los cabellos de mi cabeza está contado! Y, sin embargo, solo veo oscuridad; una terrible oscuridad. ¡Señor, ven en mi auxilio! ¡No permitas que el cuerpo de tu Esposa quede expuesto a la deshonra.

AMBROSIO: Y os aseguro, hermanos: cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente; escucha sus gritos y los salva (Sal 145,18-19). Mientras despojaban a Inés de su túnica –tal como en el Calvario lo hicieron con su divino Esposo– para conducirla humillada al lugar de la deshonra, a la casa de la prostitución, he aquí que sus cabellos crecieron de tal forma que envolvieron cual manto su puro cuerpo. Y cuando fuese introducida en la casa de la vergüenza, un ángel la esperaba allí, dióle un manto de luz y convirtióse el lugar del pecado en un lugar de oración… No obstante, cuanto más resplandece la luz de Dios, tanto más las tinieblas se resisten, porque saben que se acerca la hora de su juicio…

ESCENA 13

(Esta escena tiene lugar en una cantina.)

CLAUDIO: ¡Mirad al gran abogado defensor! Habéis fracasado, Aurelio Valeriano. ¡Así pasa cuando se defiende lo imperdonable! Y ahora finalmente se cumplirá mi deseo… Todo marchó a la perfección, tal como lo pensé desde un inicio. Inés se negó a ser mía; ahora tendrá que serlo a la fuerza.

AURELIO VALERIANO: ¡Aguardad, muchacho! ¡Habéis bebido de más! Aún es demasiado pronto para cantar victoria. Esta niña tiene defensores más potentes que yo… ¿Ya habéis oído que hoy, cuando fue llevada a la casa de la deshonra, un ser invisible se plantó en la entrada, impidiendo que sea tocada por la impureza?

CLAUDIO: ¡Un ser invisible! Pues esta noche tendrá que demostrar su poder, porque nada ni nadie me detendrá.

AURELIO VALERIANO: Desde que vi por primera vez a esta niña, se me plantearon tantos enigmas. ¿En qué radica su poder? Es evidente que, en su presencia, en unos se suscita el mal; en otros, el bien. En ti, indudablemente ha despertado el mal; en los centinelas de la prisión, en cambio, el bien. Cuanto más reflexiono sobre Inés, tanto menos descubro lo extraordinario en ella… Exteriormente, es la típica niña en etapa de desarrollo. Bella, pero no fuera de lo común. ¿Dotes intelectuales que sobresalgan? Mmm.. Escuché cada una de sus afirmaciones en el proceso… ¿Algo que llamara la atención? No, solamente una cierta ingenuidad de niña y algo de perspicacia. Sin embargo, ¡ese poder que ejerce sobre las personas! No me explico de dónde viene… ¿Sabríais decírmelo vos, Claudio?

CLAUDIO (entre dientes): ¡La bruja!

AURELIO VALERIANO: ¡Cuidado, cuidado! No he notado ni el más mínimo indicio de brujería. Vuestro enloquecimiento de amor es asunto vuestro. De hecho, la niña no quiere nada con vos y, por tanto, tampoco tendría motivo de embrujaros para que os enloquezcáis por ella. ¡No, muchacho, ella no es una bruja! Pero, os lo advierto, no desafiéis ese poder que actúa en ella.

CLAUDIO: ¡Nada ni nadie podrá interponerse en mi plan!

ESCENA 14

AMBROSIO: Y así aquel corazón pervertido emprendió el camino hacia su propio juicio. Pero cuando las tinieblas se densan y están seguras de su victoria, Dios hace resplandecer su luz sobre los suyos. De repente, cuando Claudio se disponía a cruzar el umbral de la puerta para deshonrar a Inés, una alta llama de fuego se elevó. No, en realidad, no era una llama de fuego; era un ser de fuego; un ser de luz, un ser más divino que humano. Claudio se tambaleó hacia atrás, soltó un grito y  cayó muerto por tierra. Inmediatamente vino su padre, el Prefecto, y lloró a su hijo perdido. Levantó el cadáver y lo colocó a los pies de la virgen Inés…

PREFECTO MINUCIO RUFO: Inés, mi querida niña, ¿qué ha sucedido?

(Breve silencio)

INÉS: Claudio pretendió deshonrarme. Pero Aquel cuyos mandatos quiso violar, ha manifestado su poder sobre él y le ha matado. Dios quiso preservarlo del pecado y envió a su ángel para salvarlo.

PREFECTO: ¡Haz algo, Inés! ¡Haz algo! ¡Devuélveme a mi hijo!

INÉS: ¿Yo?

PREFECTO: ¿No dijiste tú que tu Amado es Aquel que con el solo soplo de su boca revive a los muertos?

AMBROSIO: Entonces la doncella se arrodilló temblorosa frente al cadáver, cruzó sus brazos sobre su pecho e invocó silenciosa y humildemente al Dios de vivos y muertos.

INÉS: Oh, Cordero de Dios, ten piedad de nosotros. Oh Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. Agnus Dei, qui tollis peccata mundi: miserere nobis.

AMBROSIO: Y he aquí que el que había muerto volvió a respirar, se incorporó y, habiendo recuperado la vida, no sólo del cuerpo sino aún mucho más la del espíritu, se unió a la plegaria de la doncella.

CLAUDIO: Oh Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. (Un breve silencio) Confieso a tu Dios y mi Dios, Jesucristo, nuestro Señor y Redentor.

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SANTA INÉS – Parte II: «Firme en la tribulación»

ESCENA 7

CLAUDIO (en la Corte Suprema de Justicia): Vengo a poner una denuncia pública contra la virgen Inés, hija del patricio Honorio Plácido y su esposa Laurencia. Los cargos que presento contra ella son blasfemia y alta traición. Para evitar una fuga, solicito inmediata aprehensión de la acusada.

AMBROSIO (en la homilía): Fue así como la pequeña Inés, contando apenas 12 años de vida, fue encadenada y encerrada en un calabozo… En la prisión y en el proceso, la doncella demostró que verdaderamente pertenecía al séquito del Cordero, no solo habiendo preservado a todo precio su virginidad, sino también en cuanto que “no se halló mentira en su boca” y la veracidad resplandecía en cada una de sus palabras. leer más

SANTA INÉS – Parte I: «Esposa de Cristo»

ESCENA 1

(Una mujer ve a un hombre que parece algo perdido…)

FIEL: ¿Sois nuevo aquí en Milán?

PAULINO: Sí, vengo de un largo viaje y regreso a Roma, pero he tenido que hacer una parada aquí.

FIEL: Parecéis clérigo.

PAULINO: ¡Lo soy!

FIEL: Pues no querréis perderos hoy el sermón de nuestro obispo Ambrosio. Apresuraos, estamos pasados de la hora tercia. ¡La celebración de los santos misterios ha empezado ya! ¿Lo escucháis? Están cantando el Aleluya…

PAULINO (hablando consigo mismo): Ah, claro, el gran Ambrosio, obispo de Milán…

AMBROSIO: Dominus vobiscum.

ASAMBLEA: Et cum spiritu tuo.

AMBROSIO: Sequentia sancti evangelii secundum Ioannem.

ASAMBLEA: Gloria tibi Domine.

AMBROSIO: En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, allí queda, él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; pero el que odia su vida en este mundo la guardará para una vida eterna. (Jn 12,24-25)

ASAMBLEA: Laus tibi, Christe.

(Todos se sientan.)

AMBROSIO: Hermanos, celebramos hoy el nacimiento para el cielo de una virgen, imitemos su integridad; se trata también de una mártir, ofrezcamos el sacrificio. Es el día natalicio de santa Inés. Sabemos por tradición que murió mártir a los doce años de edad. Destaca en su martirio, por una parte, la crueldad que no se detuvo ni ante una edad tan tierna; por otra, la fortaleza que infunde la fe, capaz de dar testimonio en la persona de una jovencita… Si no fuera porque estos acontecimientos yacen apenas algunas décadas atrás, resultaría difícil creer ésta su historia…

ESCENA 2

(Se escucha el sonido de platos. Crescencia, la nodriza de Inés, está poniendo la mesa en una noble casa romana.)

INÉS: ¿Puedo ayudarte?

CRESCENCIA: Mi pequeña, eso es impropio para la hija de un noble patricio romano. Para eso me tienen a mí y a los otros esclavos…

INÉS: Pero el domingo, en el sermón, nuestro presbítero nos repitió las palabras de Nuestro Señor: “el que quiera ser el primero, sea el servidor de todos”. ¡Y yo quiero ser la primera!

CRESCENCIA: Lo serás, mi niña, si sigues practicando fervorosamente las virtudes.

INÉS: Crescencia, hay algo que nunca he entendido… Si nuestra fe es tan bella, ¿Por qué tenemos que escondernos cuando vamos a la celebración de los santos misterios? ¿Por qué papá y mamá insisten en que en la escuela no mencione el nombre de Cristo? ¡Cuánto quisiera que también mis amigas conocieran al verdadero Dios!

CRESCENCIA: Inés, mi querida, recuerda que Nuestro Señor mismo, que era la luz que vino a este mundo, fue rechazado. Y él ya nos lo dijo: “Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros.” (Jn 15,20). Aunque sin razón, nos ven como traidores del Imperio porque no queremos sacrificar a los dioses romanos.

INÉS: ¿Traidores? ¡Pero si los cristianos amamos Roma! Aunque claro, sabemos que la salvación sólo vendrá de Nuestro Señor Jesucristo. ¡No hay otros dioses fuera de Él que pudiesen salvar, tampoco a Roma! Neptuno, Apolo, Vesta… ¿Sabes que de mi escuela van a elegir a algunas para ser vírgenes y sacerdotisas de la diosa Vesta? ¡Pero conmigo no cuentan! ¡Yo ya sé a quién amo!

CRESCENCIA: Mi niña, ¡cuán contento estará el Señor contigo!

INÉS: No lo sé, pero mi mayor anhelo es agradarle… Desde que recibí el bautismo, he querido pertenecerle a Él. Y, a propósito de bautismo, estoy tan feliz de que Emerenciana, mi hermana de leche, sea ahora una catecúmena.

CRESCENCIA: Y si tú estás feliz, ¡figúrate cómo estoy yo! Pero ahora ve a llamar a tus padres. ¡La cena está servida!

INÉS: Sí, nana…

(Se escuchan pasos mientras Inés se aleja.)

CRESCENCIA: ¡Mis dos pequeñas! ¡Cómo recuerdo cuando las crié a ambas! ¡Y pensar que ahora incluso serán hermanas en la fe!

ESCENA 3

CRESCENCIA: Mis niñas, ¿cómo estuvieron hoy las clases?

EMERENCIANA: Bien, nana.

CRESCENCIA: Si queréis, adelantaos un poco para que podáis hablar vosotras solitas. Yo os sigo.

EMERENCIANA: Inés, ¿verdad que ya no está tan lejos la Pascua? ¡Oh, en este año la anhelo como nunca!

INÉS: ¡Sí! ¡Será una gran fiesta! No puedes imaginar cómo es cuando te sumerjen 3 veces en el agua y escuchas en el fondo las palabras: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.”

EMERENCIANA: ¿Y después?

INÉS: Después te imponen una túnica blanca que llevarás puesta durante los próximos 8 días… ¡Y ya verás que harás todo por no mancharla!

EMERENCIANA: Y supongo que aún más por no manchar mi alma, ¿verdad?

INÉS: ¡Exacto! Para estar con el traje de fiesta preparado para las Bodas del Cordero.

EMERENCIANA: ¿Las bodas del Cordero?

INÉS: Lo mismo le pregunté yo al presbítero, y él me dijo que lo entendería en su momento. ¡No sabes cuánto le insisto al Señor en que llegue pronto ese momento!

EMERENCIANA: ¡Oh! ¡El presbítero Ceferino es tan bueno! Nos dijo que el primer día de la semana nos llevaría a repartir limosnas.

INÉS: ¡Cómo me encantaría ir con vosotros! Amo dar lismona a los más pobres, aunque claro, en realidad no son mis limosnas; simplemente doy lo que mis padres generosamente me dan.

CRESCENCIA (llega desde atrás y les susurra en voz baja): Niñas, apresurad el paso…

EMERENCIANA: ¿Pero cuál es el apuro, nana?

CRESCENCIA (todavía en voz baja): No me gusta como ese joven te está mirando, Inés. Si mis ojos no me engañan, es el hijo del prefecto.

ESCENA 4

PREFECTO MINUCIO RUFO: Por eso, la Suprema Corte de Roma y la justicia han decidido este caso a favor de…

CLAUDIO: Padre!

PREFECTO: Finalmente llegas, hijo. ¡Copista, déjanos solos! (Se esuchan pasos que se alejan). Claudio, creo que tenemos algo que aclarar… ¿Qué son esas tonterías que tengo que escuchar sobre vosotros? Andar siguiendo a las niñas a la hora en que salen de la escuela… ¡Como si no hubieran cosas más importantes que hacer! La maestra Elena me ha escrito enfurecida… ¿Qué se supone que debo responderle ahora?

CLAUDIO: Respóndele que esta historia se ha terminado.

PREFECTO: ¡Así que tan rápido te das por vencido ante la furia de la maestra!

CLAUDIO: No, no, ella no me interesa; pero he encontrado a la doncella que buscaba.

PREFECTO: Vamos, deja la poesía. ¿De qué doncella estás hablando?

CLAUDIO: De aquella a la cual amo.

PREFECTO: ¿Quieres hacerme reír?

CLAUDIO: ¡No, padre, hablo en serio!

PREFECTO: Vaya, vaya…. Así que mi hijo Claudio está enamorado… Oh, todas las historias de amor son tristes. Tristes al inicio; tristes al final. Al inicio, porque aún no se tienen; al final, porque se tienen hartos.

CLAUDIO: ¡Te ruego, padre, no te mofes! Éste es el primer asunto serio y verdaderamente grande en mi vida!

PREFECTO: Eso lo piensa todo enamorado…

CLAUDIO: ¡Tú también lo pensarás cuando conozcas a la elegida!

PREFECTO: Entonces, suéltalo: ¿quién es la afortunada?

CLAUDIO: Inés, la hija del patricio Honorio Plácido.

PREFECTO: ¿Qué? ¡Estás loco! ¡Es sólo una niña! Ahora entiendo la furia de la maestra Elena. ¡Menos mal que has dicho que esta historia se ha terminado!

CLAUDIO: Se ha terminado en la salida de la escuela. Pero, por lo demás, esta historia está apenas por iniciar.

PREFECTO: ¿Me estás tomando el pelo? ¡Una niña de doce años!

CLAUDIO: En un año tendrá edad para casarse…

PREFECTO: ¿Y cuántas otras vírgenes habrás descubierto hasta entonces?

CLAUDIO: Ninguna, padre.

PREFECTO: Vamos, hijo, te vendría bien un baño bien frío para apagarte la pasión.

CLAUDIO: Padre, esto no es una simple pasión. ¡Tengo que verla, o moriré! Te lo ruego, acompáñame a la casa del patricio Honorio Plácido. ¡Tú eres Prefecto y Supremo Juez de Roma! ¿Quién podría negarte algo?

(Breve silencio)

PREFECTO: Claudio, te daré una oportunidad. Pero te lo advierto: si noto aun la más mínima señal de que ésta no es más que una de tus aventuras, ten por cierto que nunca más podrás contar conmigo como intermediario para tus historias de amor…

ESCENA 5

INÉS: Mi Jesús, ¿cómo pudo suceder que un hombre me mirara tan feo al regresar de la escuela? ¿Es que soy una pecadora? ¡Jesús mío! ¡Soy toda tuya!

ESCENA 6

(Toca a la puerta de la habitación de Inés.)

CRESCENCIA: Niña Inés, tus padres me han enviado para alistarte…

INÉS: ¿Alistarme para qué, si hoy no es día de escuela?

CRESCENCIA: No, mi niña, pero esperan visita. Ven, siéntate, voy a peinar esa preciosa cabellera. Hoy tus padres quieren verte resplandecer en toda tu belleza.

INÉS: Crescencia, pero yo quiero reservar mi belleza para el Señor; y que mi adorno sean las virtudes en lugar de las perlas.

CRESCENCIA: Te entiendo, pequeña. Ven, sólo cubriré tu cabello con un velo.

(Toca a la puerta de la casa del patricio Honorio Plácido.)

LAURENCIA: De prisa, Crescencia, traed a la niña.

PREFECTO MINUCIO RUFO: Es un honor poder hacer una visita a tu domus, Honorio Plácido. Y a vos, noble señora Laurencia, os traigo un especial saludo de mi esposa. Permitidme presentaros a mi hijo Claudio.

CLAUDIO: Ave.

HONORIO PLÁCIDO: Por favor, sentaos…

CLAUDIO: Antes debo pedir una disculpa a vuestra hija. Inés, recientemente, cuando salías de la escuela, te vi por primera vez y creo que te miré como hipnotizado. Quizá –eso espero– no lo notaste siquiera.

INÉS: Sí me di cuenta, y aparté la mirada y te perdoné.

CLAUDIO: Gracias…

PREFECTO: Joven Inés, mi hijo Claudio quiere entregarte un presente.

CLAUDIO: ¿Puedo regalarte esta copa? ¡Quiero que de ella bebas felicidad! Es una copa griega, dorada y adornada con cinco perlas.

INÉS: No puedo aceptar tu presente.

CLAUDIO: Pero tampoco quiero que me lo regreses.

INÉS: Entonces véndelo y da el dinero a los pobres.

CLAUDIO: Me estás ofendiendo, aunque seguramente no sea esa tu intención.

INÉS: Mi copa está colmada de sufrimiento.

CLAUDIO: ¡Oh, sí! ¡Conozco ese dolor: es el sufrimiento del amor! ¿Me lo entregarías?

INÉS: Otro te lo dará… Aquel a quien yo amo…

CLAUDIO: ¿Aquel a quien amas?

HONORIO PLÁCIDO: ¡Hija! ¿Qué estás diciendo?

INÉS: Te lo digo, Claudio, para que lo sepas de una vez y por todas: jamás seré tu esposa.

PREFECTO: Permíteme que me ría, pequeña. Eso es lo que suelen decir las niñas y no se dan cuenta de que Cupido ya está dispuesto a soltar la flecha. Vamos, Claudio, nada de caras largas…

CLAUDIO: Dime, Inés: ¿soy yo el problema?

INÉS: No, Claudio, te lo repito una vez más: Ya le pertenezco a otro. (Breve silencio) Mi Amado es tan rico que su riqueza no disminuye jamás. Y Él mismo se dona a los pobres. Mi Amado es mucho más noble que un rey por su linaje y su dignidad. Su madre es una virgen y su padre jamás conoció mujer. Amo a Aquel a quien sirven los ángeles y ante cuya belleza se maravillan el sol y la luna. El soplo de su boca revive a los muertos; los enfermos se sanan con sólo tocarlo. Su amor es castidad; su proximidad es santidad; la unión con Él es la virginidad misma. ¿Quién poseyera mayor nobleza; quién poder más fuerte, aspecto más bello, amor más dulce y gracia más abundante? ¡Ese es mi Amado!

PREFECTO: ¡Por Júpiter! ¡Esta niña está loca!

HONORIO PLÁCIDO Y LAURENCIA: ¡Inés!

CLAUDIO: ¿Y cuál es el nombre de ese ridículo amante? ¡Si es que existe! ¡Habla! ¡Di su nombre!

INÉS: Él es… ¡Jesucristo!

(Gran alboroto)

CLAUDIO: ¡Ante tus ojos pisoteo esta copa, así como te pisoteo a ti, miserable cristiana! (Sale por la puerta, mientras grita:) ¡La denunciaré!

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El combate por la pureza

Durante las tres últimas meditaciones, desarrollamos un consejo indirecto que nos da San Antonio Abad, un sabio padre del desierto. En este contexto, reflexionamos sobre el combate en lo que escuchamos, hablamos y miramos, y vimos cuán necesario es colocar estos importantes ámbitos de la vida humana bajo el dominio de Dios y defenderlos contra múltiples ataques.

“El que está sentado en el desierto y procura tener el corazón calmado, ha quedado a salvo de tres combates: el de la escucha, el del habla y el de la vista. Sólo le queda un combate por librar: la lucha contra la impureza.”

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