JESÚS PROCEDE DEL PADRE

Habiendo llegado su hora, Jesús se dirige al Padre y le encomienda a los Suyos y le asegura:“[Ellos] Entendieron que en verdad salí de Ti, y creyeron que Tú Me enviaste” (Jn 17,8b).

Conocer a Jesús significa comprender más profundamente que Él salió del Padre y vino para dárnoslo a conocer. Es de inconmensurable importancia que los judíos, a los cuales Jesús fue enviado en primer lugar (cf. Mt 15,24), sepan que su Mesías y el Mesías de toda la humanidad es el Hijo del único Dios; el mismo que los había elegido para que sean su Pueblo (cf. Jer 30,22).

En la Encarnación de Jesús y en su Venida al mundo, el Padre Celestial se les manifiesta de forma excepcional. Jesús es el testimonio vivo de la bondad de nuestro Padre. Cada paso, cada palabra, cada obra suya testifica a Aquél que lo envió. ¡Y su testimonio es veraz (cf. Jn 21,24)!

“Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito” (Jn 3,16).

Dichosos aquellos que sean capaces de entenderlo y se convenzan de que la suprema obra de amor del Padre Celestial es venir a nuestro encuentro en la Persona de su Hijo.

Dichosos aquellos que, a la luz del Espíritu Santo, penetran en el misterio del amor entre el Padre y el Hijo.

Dichosos aquellos a los que se les revela la Palabra de Dios y que día a día encuentran en ella el alimento para su alma.

Dichosos aquellos en los que la Palabra de Dios encuentra cabida, de modo que puede impregnar su corazón.

Dichosos aquellos que han encontrado el verdadero alimento en las praderas eternas de Dios, y lo comparten con sus hermanos.

Dichosos los que ya no buscan otra cosa que lo que saciaba a Jesús: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra.” (Jn 4,34)

“Dichosos los que creen sin haber visto” (Jn 20,29b).