“EXPONGO ANTE ÉL MI ANGUSTIA”

“Desahogo ante El mis afanes, expongo ante Él mi angustia” (Sal 141,2).

Podemos e incluso debemos hablar abiertamente con nuestro Padre sobre todo lo que nos angustia; plantearle las preguntas que llevamos en nuestro corazón, especialmente aquellas para las cuales no hemos hallado respuesta y cuya respuesta quizá incluso tememos en cierto modo. Conocemos muchos versos de los salmos en los que el salmista expresa lo más profundo de sus angustias. No es capaz de superarlas por sí mismo y así se dirige al Padre Celestial.

Para nosotros, los hombres, es sumamente importante identificar a Dios como nuestro amoroso Padre. ¿A quién más podríamos acudir? ¿Quién podría comprendernos hasta en las últimas profundidades e, incluso más allá, conocer todo aquello que permanece a oscuras para nosotros? ¿Por qué habrá personas que no acuden llenas de confianza a Él? ¿Es que no conocen a Dios o tienen una imagen equivocada de Él? ¿Es que no confían en nuestro Padre o tienen miedo de Él?

Uno de los objetivos esenciales del Mensaje que nuestro Padre confió a la Madre Eugenia Ravasio es el de dársenos a conocer como Padre lleno de amor. Casi en cada página de este libro nos declara su paternal amor, porque Dios sabe muy bien que el tener una imagen equivocada de Él es un gran obstáculo para dirigirnos confiadamente a Él. Si en lugar de la confianza aparece el miedo y la desconfianza, cerramos nuestro corazón y a menudo se verán frustrados los intentos de nuestro Padre de tocarnos.

El salmista, en cambio, nos invita a exponer abiertamente ante Dios lo que llevamos en el corazón. Incluso podemos preguntarle por qué hay tanta injusticia y necesidad en el mundo, por qué Él no interviene para ponerles fin. Como testifica la Revelación de San Juan, incluso los santos en la eternidad le preguntan: “¡Señor santo y veraz! ¿Para cuándo dejas el hacer justicia…?” (Ap 6,10).

Entonces, Dios está esperando que acudamos a Él, y podemos presentarle todo. ¡Él responderá a su manera!