“ENSÉÑANOS A CALCULAR NUESTROS AÑOS”

“Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato” (Sal 89,12).

Una oración sencilla, pero de gran alcance… Todos estamos de camino y tendremos que atravesar la muerte como último puente hacia la eternidad. Nadie conoce la hora en que le llegará. Pero para las personas de fe, este “último enemigo a ser vencido” (1Cor 15,26) va perdiendo su espanto en la medida en que conocemos el amor del Padre y comprendemos que, habiendo atravesado la muerte, retornaremos a nuestro hogar, donde Jesús nos ha preparado las moradas (Jn 14,2-3).

Pero es prudente cobrar consciencia de ello, para que nuestra vida sea totalmente transparente ante los ojos de nuestro Padre Celestial. Tenemos una sola vida en la que hemos de probar nuestra fidelidad. Tenemos una sola vida para atesorar tesoros en el cielo (Mt 6,20). Tenemos una sola vida para causar alegría a nuestro Padre, por lo que Él nos recompensará en la eternidad.

Hace parte de la prudencia cristiana recordar una y otra vez esta realidad. Ciertamente no se trata de que, llenos de miedo y escrúpulos, estemos a toda hora asegurándonos de no perder ninguna oportunidad para atesorar tesoros. Esto nos llevaría a una actitud tensa y agotaría nuestras fuerzas. Antes bien, se trata de que, con una sola mirada al Padre y una atenta escucha al Espíritu Santo, recibamos la luz para la situación dada, de modo que, con la asistencia del don de consejo, realicemos aquello que más glorifique a nuestro Padre.

“Calcular nuestros años” significa pensar en nuestro Padre, que nos espera en la eternidad. ¿Qué podremos llevarle? ¿Cómo podremos cooperar con Él para que los hombres conozcan su bondad y la muerte no los encuentre sin estar preparados? Amado Padre, ¿cuáles son las obras que quieres realizar a través nuestro?

A nuestro Padre le agradará sobremanera si aprovechamos de esta manera el breve tiempo de nuestra vida, y nos encomendará los deseos de su Corazón, al mismo tiempo que nos dará en sobreabundancia todo lo que necesitemos para cumplir la misión que nos confía. Así, saldremos conscientemente y con alegría al encuentro de la muerte, porque al otro lado nos espera Aquél que es el amor (1Jn 4,8).