ELLOS NO COMPRENDIERON QUE YO LOS SANABA

“Yo enseñé a andar a Efraín, Yo lo llevé en Mis brazos; pero ellos no comprendieron que Yo los sanaba” (Os 11,3). 

El Padre y su Pueblo escogido… ¡Qué historia de amor con tantas facetas! En los versículos de ayer escuchamos que, cuanto más Dios los llamaba, tanto más los hijos de Israel se alejaban de Él y se volvían a los ídolos.

Hoy el Señor se lamenta de que no comprendían su amor y el tierno afecto que les brindaba. Dios quería sanarlos, pero ellos no lo entendían…

¿Cómo puede suceder esto?

Para responder a esta pregunta, debemos tener presente que ya en el Paraíso el hombre fue engañado por el Maligno, que le transmitió una falsa imagen de Dios. Le hizo creer que Dios lo estaba privando de algo bueno e importante, a saber, el conocimiento del bien y del mal (Gen 3,4-5). De esta manera, se distorsionó la imagen de un Padre bueno, que les da a sus hijos todo lo que necesitan para su vida en el tiempo y en la eternidad.

Hasta el día de hoy el Enemigo sigue trabajando con este engaño, de modo que las personas no tengan ante sus ojos y en su corazón la verdadera imagen de Dios. Ni siquiera con la venida de Jesús al mundo se despertó en todas las personas la verdadera imagen de Dios, como el Padre bondadoso que siempre nos ama. El diablo aún logra ensombrecer esta imagen y, en el peor de los casos, distorsionarla hasta convertirla en lo contrario.

¿Cuál es el remedio para este mal?

Hemos de interiorizar la verdadera imagen de Dios tal como Jesús nos la transmitió, meditando profundamente los pasajes correspondientes de la Sagrada Escritura. Hay que deshacerse de todas las mentiras y engaños que aún subsisten en nuestro interior sobre nuestro Padre, vengan de donde vengan. Podemos pedirle a Él mismo la gracia de conocerlo como Él es en verdad.

Dios, que lleva en sus brazos a sus hijos, quiere ser conocido. A nivel objetivo, es una gran ofensa a su amor tener desconfianza hacia Él en nuestro corazón y prestar oído a los susurros del Enemigo, que nos impiden responder a su amor como correspondería a la verdad. ¡No escuchemos jamás tales voces, que quieren alejarnos de Dios! Antes bien, rechacémoslas con determinación.

De lo contrario, no sólo ofenderemos a Dios en su amor por nosotros; sino que además nos bloquearemos nosotros mismos el camino para convertirnos en personas más llenas de amor, permaneciendo atrapados en una imagen falsa –o al menos muy imperfecta– de nuestro Padre Celestial.

Meditemos las maravillosas palabras que Dios pronuncia a través del Profeta Oseas. Éstas no sólo cuentan para el Pueblo de Israel, sino para todos los hombres, a los que Él enseña a andar y a los que quiere sanar.