EL NOBLE COMBATE

“Pelead el noble combate confiando en mí sin límites” (Palabra interior).

Esta exhortación nos trae a la memoria las palabras de San Pablo, cuando escribe a Timoteo: “He peleado el noble combate, he alcanzado la meta en la carrera, he conservado la fe” (2Tim 4,7).

Estamos llamados a un combate, que se define explícitamente como un “noble combate”. Muchas personas luchan, pero no necesariamente se trata de un “noble combate”, que sea agradable a Dios.

El Apóstol menciona dos características para describir el “noble combate”:

  • “He alcanzado la meta”.– Esto quiere decir que San Pablo cumplió su misión, y sabemos que la coronó con el martirio. Para permanecer fieles a la vocación y misión encomendadas hay que pelear un “noble combate”, pues sabemos bien cuán atacada está siendo hoy en día la fe cristiana desde diversos flancos. Hace parte de este “noble combate” confesar la fe y resistir a la tentación de adaptarla al espíritu de este mundo y a las expectativas de los hombres.

Ciertamente la misión del Apóstol de los Gentiles tenía un carácter particular. Pero también las dificultades a las que nos enfrentamos actualmente con una mentalidad cada vez más anticristiana y una situación concreta de persecución, son muy graves y exigen una gran determinación de nuestra parte, junto con una confianza sin límites en nuestro Padre.

Así que hemos de alcanzar la meta en la carrera con la mirada fija en nuestro Padre. Él nos llevará de su mano a través de este tiempo: “Caerán a tu izquierda mil, diez mil a tu derecha; a ti no te alcanzará” (Sal 90,7).

  • “He conservado la fe”.– Se trata de una doble fidelidad: la fidelidad a la fe como tal, en cuanto que no nos desviemos ni un ápice de nuestra doctrina católica; y la fidelidad para cumplir la tarea que se deriva de ella.

La confianza sin límites en el Señor es decisiva, porque entonces se nos dará todo lo que necesitamos para este combate. En efecto, nuestra lucha no se dirige sólo contra nuestras pasiones desordenadas y las seducciones del mundo, sino “contra los principados, las potestades (…) y los espíritus del mal” (Ef 6,12).

Tanto más importante será depositar nuestra confianza sin reservas en el Padre y en el auxilio de toda la Iglesia triunfante.