“BÚSCAME Y SIEMPRE ME ENCONTRARÁS”

“Pídeme y te daré; búscame y siempre me encontrarás; toca y la puerta estará abierta de par en par para ti” (Palabra interior).

Podemos tener por cierto que siempre encontraremos abierta la puerta del Corazón de Dios cuando nos acerquemos a Él. Quizá no estemos tan conscientes de ello, porque aún no conocemos lo suficiente a nuestro Padre Celestial. Si llegamos a conocerle mejor, esta puerta abierta se nos convertirá en una profunda certeza. Nos resultará tan natural que siempre daremos por sentado que el Padre nos recibirá con su Corazón abierto y nos prestará su amorosa atención.

¿Podría acaso ser de otra manera?

Un Dios lleno de amor, que incluso envía a su propio Hijo para la Redención de la humanidad; una humanidad que a menudo se ha alejado de Él o incluso le es hostil; un Padre cuyo Corazón no quiere otra cosa que hacer al hombre partícipe de la plenitud de su riqueza, ¿por qué no habría de estarnos esperando?

Tal vez nos sentimos demasiado indignos o poco importantes… ¡Pero para Dios no lo somos!

El precio de rescate que pagó por nosotros, los hombres, fue el sufrimiento y la muerte de Cristo (cf. 1Pe 1,18). Eso es lo que nosotros, pobres criaturas, valemos para el Señor, que nos eleva a ser hijos suyos.

Simplemente no comprendemos aún con suficiente profundidad el amor de Dios y la dignidad que Él nos ha concedido. El entendimiento no puede abarcarlo y el corazón a menudo sigue estando bloqueado o carece de la libertad necesaria.

Pero hay una manera de entenderlo: pidámosle simplemente al Espíritu Santo –que es el amor entre el Padre y el Hijo– que nos revele más a profundidad el amor del Padre. Él es el Espíritu que clama en nosotros: “Abbá, Padre” (Gal 4,6). Si, movidos por este Espíritu, invocamos a nuestro Padre con el tierno nombre de “Abbá”, entonces el amor ya está empezando a derretir nuestro corazón e iluminar nuestro entendimiento. Entonces veremos y creeremos cada vez más cuánto nos ama nuestro Padre.