Dios introduce a los creyentes en una relación cada vez más profunda con Él, y purifica en ellos todo lo que les impide acoger plenamente su amor. Si viven en esta confianza que el Padre les pide, brillarán como “luz del mundo” (Mt 5,14).
“Y la luz brilla en las tinieblas…” (Jn 1,5)
El amor los empuja entonces a salir en busca de aquellos que aún no conocen a Dios, o que no lo conocen bien. Ellos han de enterarse de que tienen un Padre, que es su Creador y Redentor. No sólo se trata de aquellas personas que ya han encontrado su camino en la Iglesia, sino que el Padre llama a todos los hombres. Así se dirige a ellos a través del Mensaje que le confió a la Madre Eugenia:
“Vosotros, hijos Míos, que os encontráis fuera de la Iglesia Católica, sabed que no estáis excluidos de Mi amor paternal. Os dirijo un tierno llamado, pues también vosotros sois hijos Míos. Si hasta ahora habéis vivido en las trampas que el diablo os ha tendido, reconoced que os ha engañado. ¡Venid a Mí, vuestro Padre, y Yo os recibiré con amor y alegría!”
Los hombres pueden y deben enterarse de que el Señor los llama, para que se aparten de todos los caminos de perdición. Entonces reconocerán que, mientras no buscaban su felicidad y salvación en Dios, habían sido engañados. Tampoco en otras religiones puede hallarse la salvación, pues a todas ellas les hace falta el Redentor, que despeja el camino hacia Dios clavando en la Cruz la culpa del mundo (cf. Col 2,14). Así, el Padre se dirige también a los miembros de otras religiones:
“También vosotros, que no conocéis otra religión que aquella en la que nacisteis y que no es la religión verdadera, abrid los ojos: ¡Aquí está vuestro Padre; Aquél que os creó y quiere salvaros! Yo vengo a vosotros para traeros la Verdad y, con ella, la salvación. Veo que no Me conocéis, y que ignoráis que no deseo nada más de vosotros que ser reconocido como vuestro Padre, Creador y Salvador.”