Sobre el Combate Espiritual

Ef 6,10-18

Hermanos, reconfortaos en el Señor y en la fuerza de su poder, revestíos con la armadura de Dios para que podáis resistir las insidias del diablo, porque no es nuestra lucha contra la sangre o la carne, sino contra los principados, las potestades, las dominaciones de este mundo de tinieblas, y contra los espíritus malignos que están en los aires. Por eso, poneos la armadura de Dios para que podáis resistir en el día malo y, tras vencer en todo, permanezcáis firmes. Así pues, estad firmes, ceñidos en la cintura con la verdad, revestidos con la coraza de la justicia y calzados los pies, prontos para proclamar el Evangelio de la paz; tomando en todo momento el escudo de la fe, con el que podáis apagar los dardos encendidos del Maligno. 

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La puerta estrecha

Lc 13,22-30

Mientras caminaba Jesús hacia Jerusalén, iba atravesando ciudades y pueblos enseñando. Uno le preguntó: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” Él les respondió: “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos pretenderán entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, los que estéis fuera os pondréis a llamar a la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’ Pero os responderá: ‘No sé de dónde sois.’ Entonces empezaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas.’ Pero os volverá a decir: ‘No sé de dónde sois.

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Auténtica sumisión

Ef 5,21-33

Sed sumisos los unos a los otros, por respeto a Cristo: las mujeres a sus maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia, el salvador del cuerpo. Como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua y la fuerza de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santa e inmaculada. Así deben amar los maridos a sus mujeres, como a sus propios cuerpos.

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Si el mundo os odia

NOTA: Escucharemos hoy el evangelio de la fiesta de los apóstoles Simón y Judas según el leccionario tradicional.

Jn 15,17-25

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Esto os mando: que os améis los unos a los otros. Si el mundo os odia, sabed que antes que a vosotros me ha odiado a mí. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya; pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí del mundo, por eso el mundo os odia. Acordaos de las palabras que os he dicho: no es el siervo más que su señor. Si me han perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán. Si han guardado mi doctrina, también guardarán la vuestra. 

“Pero os harán todas estas cosas a causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado. Si no hubiera venido y les hubiera hablado, no tendrían pecado. Pero ahora no tienen excusa de su pecado. El que me odia a mí, también odia a mi Padre. Si no hubiera hecho ante ellos las obras que ningún otro hizo, no tendrían pecado; sin embargo, ahora las han visto y me han odiado a mí, y también a mi Padre. Pero tenía que cumplirse la palabra que estaba escrita en su Ley: ‘Me odiaron sin motivo’.”

Cuando escuchamos el testimonio de la Sagrada Escritura, podemos notar que ciertos conceptos que se nos dan a entender hoy en día en la Iglesia no corresponden a la realidad. Por ejemplo, la idea de que nuestra fe cristiana tendría que adaptarse al mundo, o que a las personas les resultaría más fácil llegar a la Iglesia y a Dios si se pasaran por alto o se relativizaran aquellos pasajes bíblicos que presentan al cristiano en oposición al mundo.

Sin embargo, en el evangelio de hoy el Señor nos habla incluso del odio que el mundo puede tener hacia el cristiano, y de las persecuciones que los discípulos tendrán que sufrir por causa suya.

¿De dónde procede este odio? Uno podría pensar que bastaría con que el mundo reaccionara con indiferencia ante el mensaje cristiano, no queriendo tener nada que ver con él o simplemente ignorándolo.

Pero, a largo plazo, no sucede así. La sola existencia de un cristiano que profesa su fe parece ser una especie de amenaza para el mundo. Por los evangelios, sabemos que el odio de los fariseos y escribas hacia Jesús aumentó cada vez más, hasta que se desencadenó por completo en el momento de exigir a gritos su crucifixión (cf. Jn 19,15).

La respuesta a la pregunta planteada anteriormente (¿de dónde procede este odio?), podemos encontrarla en el prólogo del evangelio de San Juan:

“La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron. (…) El Verbo era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre, que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo se hizo por él, y el mundo no le conoció. Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron.” (Jn 1,5.9-11)

Todo auténtico discípulo del Señor ha sido elegido por Él (cf. Jn 15,16). Jesús lo ha sacado del mundo, con su forma de pensar y de actuar; lo ha sacado del mundo, que no reconoció la luz que vino a él. Al seguir a Cristo, el discípulo da testimonio de la presencia del Señor, acogiendo su enseñanza e imitando su forma de ser y de actuar. Así, la sola existencia del discípulo le recuerda al mundo que él no existe por sí mismo, sino que se debe a otro, que es más grande.

Puesto que, al alejarse de Dios, el mundo quedó bajo el dominio del “príncipe de este mundo”, este último actúa en y a través suyo y persigue a los “hijos de la luz”. Ciertamente le resulta insoportable que los cristianos le recuerden que él mismo es una creatura y no Dios; que él no es el origen y la causa de todas las cosas, ni el objetivo de la Creación.

El pasaje de las tentaciones de Jesús en el desierto nos muestra que el Adversario busca la adoración para sí mismo (cf. Mt 4,9). Sin embargo, los discípulos de Cristo se la niegan, mientras que los hijos de este mundo a menudo ni siquiera perciben sus engaños ni reconocen sus disfraces. Puesto que muchas veces las personas consideran a las cosas de este mundo como lo importante y definitivo en la vida, sin darse cuenta, caen en una especie de idolatría. Detrás de ella, se ocultan las intenciones de los poderes hostiles a Dios, que quieren alejar a los hombres de Dios y ofrecerles sustitutos.

La negativa de los discípulos a aceptar tales ofrecimientos despierta el odio del demonio, que se ve confrontado con el Señor mismo a través de su discípulo.

Jesús nos indica otro motivo por el cual las personas pueden perseguir a los cristianos: no conocen a Aquel que envió a Jesús. No conocen al Padre, no conocen su bondad ni su sabiduría. Muchas veces tienen imágenes equivocadas de Dios, o viven en la ignorancia, o le han dado la espalda al Señor.

La visión realista de la Biblia sobre el mundo nos ayuda a comprender las cosas en su esencia y a adoptar la actitud correcta. El discípulo no debe caracterizarse ni por una falsa apertura frente al mundo, ni tampoco por una estrechez y cerrazón temerosa. Por un lado, Jesús sabía exactamente lo que hay en el corazón del hombre (cf. Jn 2,24-25) y a veces se escondía o se escapaba de sus manos (cf. Jn 10,39). No obstante, llevó a cabo hasta el final su misión en el mundo y anunció el Reino de Dios, que se había hecho presente en Él.

Nosotros, que seguimos a Cristo, estamos llamados a hacer lo mismo: anunciar el Reino de Dios con valentía, pero sabiendo cómo es el mundo al cual portamos este mensaje. Debemos contar con que habrá resistencia e incluso persecución, y no podemos salir al encuentro del mundo con una falsa apertura e ingenuidad. Pero la oposición que nos espera no debe hacernos desfallecer, porque el Señor, que ha sacado a los suyos del mundo, jamás los abandonará (cf. Mt 28,20).

Sana mi ceguera

Mc 10,46-52

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, coincidió que el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: “¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!” Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!” Jesús se detuvo y dijo: “Llamadlo.” Llamaron al ciego y le dijeron: “¡Ánimo, levántate! Te llama.” Él, arrojando su manto, dio un brinco y vino ante Jesús.

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Amor a la verdad

Ef 4,7-16

A cada uno de nosotros le ha sido concedida la gracia a la medida de los dones de Cristo. Por eso dice la Escritura: ‘Subiendo a la altura, llevó cautivos y repartió dones a los hombres’. ¿Qué quiere decir “subió” sino que también bajó a las regiones inferiores de la tierra? Éste que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenar el universo. Él mismo dispuso que unos fueran profetas; otros, evangelizadores; otros, pastores y maestros, para organizar adecuadamente a los santos en las funciones del ministerio. Y todo orientado a la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la plena madurez de Cristo.

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Dos santos castos con un protector especial

Cuando empezamos a conocer las vidas de los santos, no pocas veces nos encontramos con historias extraordinarias. Éste es el caso de los santos Crisanto y Darío, mártires de los primeros siglos, cuya memoria se celebra hoy en un calendario litúrgico antiguo. Me limito aquí a resumir su historia basándome en el relato escrito por Wilhelm Auer. Si alguien desea escuchar una meditación sobre la lectura de hoy, puede encontrarla en el siguiente enlace: https://es.elijamission.net/la-humildad-preciosa-flor-en-el-jardin-de-dios-2/

Sobre los santos de hoy se cuenta lo siguiente:

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Toda la plenitud de Dios

Ef 3,14-21

Doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que, en virtud de su gloriosa riqueza, os conceda fortaleza interior mediante la acción de su Espíritu, y haga que Cristo habite por la fe en vuestros corazones. Y que de este modo, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conozcáis el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento. Y que así os llenéis de toda la plenitud de Dios. A Aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que nosotros podemos pedir o pensar conforme a nuestra capacidad, a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos. Amén.

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El misterio de Dios ha sido revelado

Ef 3,2-12

Habéis oído hablar de la misión de la gracia de Dios que se me ha dado en favor vuestro: cómo me fue comunicado por una revelación el conocimiento del misterio, tal como brevemente acabo de exponeros. Por la lectura de la carta podréis captar mi conocimiento del misterio de Cristo, un misterio que no fue dado a conocer a los hombres en generaciones pasadas. Ahora, en cambio, ha sido revelado a sus santos apóstoles y profetas por medio del Espíritu: que los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa cumplida en Cristo Jesús. Todo ello ha sido anunciado por medio del Evangelio, del cual he llegado a ser ministro, conforme al don que Dios me ha concedido por la fuerza de su poder.

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Jesús es nuestra paz

Ef 2,12-22

Hermanos: antes vivíais sin Cristo, erais ajenos a la ciudadanía de Israel, extraños a las alianzas de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Ahora, sin embargo, por Cristo Jesús, vosotros, que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido acercados por la sangre de Cristo. En efecto, él es nuestra paz: el que hizo de los dos pueblos uno solo y derribó el muro de la separación, la enemistad, anulando en su carne la ley decretada en los mandamientos. De ese modo creó en sí mismo de los dos un hombre nuevo, estableciendo la paz y reconciliando a ambos con Dios en un solo cuerpo, por medio de la cruz, dando muerte en sí mismo a la enemistad. Y en su venida os anunció la paz a vosotros, que estabais lejos, y también la paz a los de cerca, pues por él unos y otros tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu. 

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