Un fariseo llamado Gamaliel, maestro de la Ley y estimado por todo el pueblo, se levantó en el Sanedrín y mandó hacer salir un momento a aquellos hombres. Y les dijo: “Israelitas, tened cuidado de lo que vais a hacer con estos hombres. Porque hace poco se levantó Teudas, que decía ser alguien, y se le unieron unos cuatrocientos hombres; lo mataron y todos sus seguidores se disgregaron y quedaron en nada. Después de él se levantó Judas el Galileo en los días del empadronamiento, y arrastró al pueblo tras de sí; murió también y todos sus seguidores se dispersaron. Así pues, os digo ahora: desentendeos de estos hombres y dejadlos, porque si este designio o esta obra procede de hombres se disolverá; pero si procede de Dios no podréis acabar con ellos; no sea que os vayáis a encontrar combatiendo contra Dios”.
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HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 5,21b-33): “Los apóstoles ante el Sanedrín”
En cuanto llegaron el sumo sacerdote y los que le acompañaban, convocaron el Sanedrín y todo el consejo de ancianos de los hijos de Israel y enviaron a buscar [a los apóstoles] a la cárcel. Pero al llegar los alguaciles no los encontraron en la prisión, y regresaron y comunicaron la noticia: “Hemos encontrado la cárcel cerrada, bien custodiada, y a los centinelas firmes ante las puertas; pero al abrir no hemos encontrado a nadie dentro”. Cuando oyeron estas palabras el oficial del Templo y los príncipes de los sacerdotes, se quedaron perplejos por lo que habría sido de ellos. Llegó uno y les anunció: “Los hombres que metisteis en la cárcel están en el Templo y siguen enseñando al pueblo”. Entonces fue el oficial con los alguaciles y los trajo, no por la fuerza, porque tenían miedo de que el pueblo les apedrease.
HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 5,12-21a): “Milagros y prodigios por mano de los apóstoles”
Por mano de los apóstoles se obraban muchos milagros y prodigios entre el pueblo. Se reunían todos con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón; pero ninguno de los demás se atrevía a unirse a ellos, aunque el pueblo los alababa. Se adherían cada vez más creyentes en el Señor, multitud de hombres y de mujeres, hasta el punto de que sacaban los enfermos a las plazas y los ponían en lechos y camillas para que, al pasar Pedro, al menos su sombra alcanzase a alguno de ellos. Acudía también mucha gente de las ciudades vecinas a Jerusalén, traían enfermos y poseídos por espíritus impuros, y todos ellos eran curados. El sumo sacerdote y todos los que le acompañaban, que eran de la secta de los saduceos, se levantaron llenos de envidia.
HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 4,32-37): “Comunidad de bienes de la Iglesia primitiva”
La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma, y nadie consideraba como suyo lo que poseía, sino que compartían todas las cosas. Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús; y en todos ellos había abundancia de gracia. No había entre ellos ningún necesitado, porque los que eran dueños de campos o casas los vendían, llevaban el precio de la venta y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se repartía a cada uno según sus necesidades. Así, José, a quien los apóstoles dieron el sobrenombre de Bernabé -que significa ‘Hijo de la consolación’-, levita y chipriota de nacimiento, tenía un campo, lo vendió, trajo el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles.
HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 4,23-31): “La oración de la Iglesia primitiva pidiendo valentía”
Puestos en libertad [Pedro y Juan], vinieron a los suyos y les contaron lo que los príncipes de los sacerdotes y los ancianos les habían dicho. Ellos, al oírlo, elevaron unánimes la voz a Dios y dijeron: “Señor, Tú eres el que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, el que por el Espíritu Santo, por boca de nuestro padre David tu siervo, dijiste: ‘¿Por qué se han amotinado las naciones, y los pueblos han tramado empresas vanas? Se han alzado los reyes de la tierra, y los príncipes se han aliado contra el Señor y contra su Cristo’. Pues bien, en esta ciudad, Herodes y Poncio Pilato, con las naciones y con los pueblos de Israel, se aliaron contra tu santo Hijo Jesús, al que ungiste, para llevar a cabo cuanto tu mano y tu designio habían previsto que ocurriera.
HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 4,13-22): “La obediencia a Dios es lo primero”
Al ver la valentía con que hablaban Pedro y Juan, como sabían que eran hombres sin letras y sin cultura, estaban admirados, puesto que los reconocían como los que habían estado con Jesús; y viendo de pie con ellos al hombre que había sido curado, nada podían oponer. Les mandaron salir fuera del Sanedrín, y deliberaban entre sí: “¿Qué vamos a hacer con estos hombres? Porque es público entre todos los habitantes de Jerusalén que por medio de ellos se ha realizado un signo evidente, y no podemos negarlo. Pero para que no se divulgue más entre el pueblo, vamos a intimidarles a que no hablen más a nadie en este nombre”. Y les hicieron llamar y les ordenaron que de ningún modo hablaran ni enseñaran en el nombre de Jesús.
HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 4,1-12): “En ningún otro Nombre está la salvación”
Mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del Templo y los saduceos, molestos porque enseñaban al pueblo y anunciaban en Jesús la resurrección de los muertos. Les prendieron y metieron en la cárcel hasta el día siguiente, porque ya había anochecido. Muchos de los que habían oído la palabra creyeron, y el número de los hombres llegó a ser de unos cinco mil. Al día siguiente se reunieron en Jerusalén los jefes de los judíos, los ancianos y los escribas, así como Anás, el sumo sacerdote, Caifás, Juan, Alejandro y todos los que eran de la familia de los príncipes de los sacerdotes. Les hicieron comparecer en el centro y les preguntaron: “¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho vosotros esto?” Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les respondió: “Jefes del pueblo y ancianos, si nos interrogáis hoy sobre el bien realizado a un hombre enfermo, y por quién ha sido sanado, quede claro a todos vosotros y a todo el pueblo de Israel que ha sido por el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por él se presenta éste sano ante vosotros.
HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 3,18-26): “Pedro predica con intrepidez”
Pedro dijo al pueblo: “Dios cumplió así lo que había anunciado de antemano por boca de todos los profetas: que su Cristo padecería. Arrepentíos, por tanto, y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados, de modo que vengan del Señor los tiempos de la consolación, y envíe al Cristo que ha sido predestinado para vosotros, a Jesús, a quien es preciso que el cielo lo retenga hasta el tiempo de la restauración de todas las cosas, de las que Dios habló por boca de sus santos profetas desde antiguo. Moisés, en efecto, dijo: ‘El Señor Dios vuestro os suscitará de entre vuestros hermanos un profeta como yo; le escucharéis en todo lo que os diga. Y sucederá que todo el que no escuche a aquel profeta será exterminado del pueblo’. Todos los profetas desde Samuel y los que vinieron después, cuantos hablaron, anunciaron estos días. Vosotros sois los hijos de los profetas y de la alianza que Dios estableció con vuestros padres cuando le dijo a Abrahán: ‘En tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra’. Al suscitar a su Hijo, Dios lo ha enviado en primer lugar a vosotros, para bendeciros cuando cada uno se convierta de sus maldades”.
HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 3,1-11): “La curación de un paralítico en el Templo”
Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la hora nona. Había un hombre, cojo de nacimiento, al que solían llevar y colocar todos los días a la puerta del Templo llamada Hermosa para pedir limosna a los que entraban en el Templo. En cuanto vio que Pedro y Juan iban a entrar en el Templo, les pidió que le dieran una limosna. Pedro -junto con Juan- fijó en él la mirada y le dijo: “Míranos”. Él les observaba, esperando recibir algo de ellos. Entonces Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te lo doy: ¡en el nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda!” Y tomándole de la mano derecha lo levantó, y al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos. De un brinco se puso en pie y comenzó a andar, y entró con ellos en el Templo andando, saltando y alabando a Dios. Todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios, y reconocían que era el mismo que se sentaba a la puerta Hermosa del Templo para pedir limosna.
HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 2,37-47): “Numerosas conversiones en Jerusalén”
Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles: “¿Qué tenemos que hacer, hermanos?” Pedro les dijo: “Convertíos, y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa es para vosotros, para vuestros hijos y para todos los que están lejos, para todos los que quiera llamar el Señor Dios nuestro”. Con otras muchas palabras dio testimonio y les exhortaba diciendo: “Salvaos de esta generación perversa”. Ellos aceptaron su palabra y fueron bautizados; y aquel día se les unieron unas tres mil almas. Perseveraban asiduamente en la doctrina de los apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. El temor sobrecogía a todos, y por medio de los apóstoles se realizaban muchos prodigios y señales.