“El que predica con amor, rebate lo suficiente a los herejes, aunque no pronuncie un solo argumento contra ellos” (San Francisco de Sales).
Una maravillosa frase de San Francisco, que se presta para meditarla en nuestros “3 minutos para Abbá”.
“El que predica con amor, rebate lo suficiente a los herejes, aunque no pronuncie un solo argumento contra ellos” (San Francisco de Sales).
Una maravillosa frase de San Francisco, que se presta para meditarla en nuestros “3 minutos para Abbá”.
“Me dice alguien: ‘Tengo que entender para creer’. Le respondo: ‘Cree para entender’.” (San Agustín).
En estas palabras de San Agustín encontramos una vez más aquella sencillez que impregna la Sagrada Escritura; una sencillez que nos permite llegar a la meta con seguridad.
“Nuestro buen Dios tiene el ardiente deseo de concedernos el gran tesoro de su amor, pero quiere que se lo pidamos suplicantes y que actuemos de tal manera que cada obra que realicemos sea una súplica que implore ese amor” (Santa Teresa Margarita Redi)
Debemos suplicar fervorosa e insistentemente al Padre para que pueda cumplirse su deseo de concedernos el gran tesoro de su amor, como sugiere la frase de la santa que acabamos de escuchar.
“Cuando un alma se acerca a mí con confianza, la colmo con tal abundancia de gracias que no puede contenerlos dentro de sí mismo, sino que las irradia sobre otras almas. A las personas que difunden la devoción a mi Misericordia las protejo durante toda su vida como una madre amorosa protege a sus hijos; y a la hora de su muerte no seré su juez sino su redentor misericordioso (…). Los pecados que más me hieren son los de desconfianza” (Jesús a Sor Faustina Kowalska)
“De tal padre, tal hijo” –dice el refrán.
En el Mensaje a la Madre Eugenia, el Padre plantea la siguiente pregunta en relación con la primera petición que expresamos cada día en el Padre Nuestro: “¿Mi Nombre es santificado?”
Si profundizamos en esta cuestión, ciertamente constataremos enseguida que su Nombre no es santificado como merece. Para muchas personas, es mucho más difícil reconocer a Dios como amoroso Padre que sentirlo como el Creador o tener una vaga intuición de un ser superior u otras concepciones esotéricas que lo definen como una fuerza y energía que todo lo atraviesa, entre muchas otras ideas imperfectas, erradas y falsas de Dios.
“No hay nada más grande que cuando el hombre vuelve a Dios y experimenta y acoge su amor” (Palabra interior).
Aún está pendiente el gran retorno de los hombres a la casa del Padre Celestial. Por tanto, la humanidad no ha alcanzado todavía su meta. La Voluntad del Padre aún no se cumple en la tierra como en el cielo, tal como Él lo desea. Muchas personas ni siquiera saben que hay un Creador, y menos aún que este Creador es su amoroso Padre, que no tiene mayor deseo que el de que su hijo retorne a Él.
“La suavidad, que es obra del Espíritu Santo, puede conquistar más corazones que la dureza” (Palabra interior).
¿No es así como nos trata nuestro Padre Celestial? ¿No exhala esta suavidad todo su Mensaje a la Madre Eugenia?
Sin embargo, la suavidad no debe confundirse con una falsa condescendencia ni mucho menos con una falta de firmeza. Antes bien, la suavidad está firme en el amor y es fruto del Espíritu Santo. Por eso puede actuar más fácilmente en los corazones que la dureza, que más bien causa miedo e intimida el alma. Sin duda, a veces es inevitable aplicar una cierta dureza, y entonces también ésta es buena. Pero la suavidad en el trato con las personas, sin perder la firmeza, tendrá un efecto duradero en el corazón, y éste recordará con agrado este suave influjo sobre él.
“Yo quiero ser la esperanza de la humanidad. ¿No lo soy ya? Si yo no sería la esperanza de la humanidad, el hombre estaría perdido” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Especialmente en estos tiempos de tanta oscuridad, las palabras de nuestro Padre nos señalan el camino. Él las ha pronunciado de una vez y para siempre, y quiere que las asimilemos profundamente.
“Mantened siempre vuestro corazón en el mío” (Palabra interior).
“Donde está tu tesoro allí estará tu corazón” (Mt 6,21) –nos dice el Señor en el evangelio. Nuestro corazón ha de pertenecerle en primer lugar al Padre. En Él tiene su hogar y jamás quedará defraudado.
“Soportad el sufrimiento con dignidad y serenidad. Así se convertirá en un gran tesoro que servirá para salvar a la humanidad.” (Palabra interior).
Nuestro Padre es capaz de hacer fecundas todas las circunstancias, haciéndonos partícipes y cooperadores de su gran obra de amor. Ciertamente el sufrimiento no era parte del plan originario de Dios para con el hombre. ¿Por qué nuestro Padre iba a crearnos para luego hacernos sufrir? Sabemos que el sufrimiento vino al mundo como consecuencia del pecado del hombre. Pero ahora se nos convierte en una buena ocasión para demostrarle al Padre nuestro amor.