LA VIGILANCIA DE DIOS

 

“Él te librará de la red del cazador, de la peste funesta” (Sal 90,3).

Aunque, sin duda, estamos a salvo bajo las alas de nuestro Padre y Jesús cuida de los suyos, como nos asegura el Evangelio según San Juan (17,12), nuestra vida sigue estando rodeada de peligros. No en vano, la Sagrada Escritura nos advierte de que «el diablo anda rondando como león rugiente, buscando a quién devorar» (1Pe 5,8). Por eso debemos estar alerta en todos los sentidos para no caer en las trampas y en los lazos que el enemigo de nuestra alma tiende a nuestro alrededor. Pero, como sabemos, no solo es el diablo quien nos pone en peligro, sino también nuestra carne y el mundo. Por ello, debemos refrenar nuestras apetencias para no caer en dependencias y permanecer vigilantes para no sucumbir a los seductores placeres y vanidades de este mundo.

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PARA GLORIA DE DIOS PADRE

“Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre” (Fil 2,11).

Reconocer a Jesús como el Señor no solo es importante en el ámbito religioso personal, sino que es la realización del plan de Dios para con toda la humanidad. Este es el designio de nuestro Padre: reunir en Cristo a toda la humanidad para concederle todo lo que le tiene preparado. Muchos pasajes de la Sagrada Escritura dan testimonio de ello.

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NADA SIN LA VERDAD

“La verdad reclama su derecho” (Palabra interior).

Sin verdad, no puede haber verdadero amor ni podemos comprender correctamente la misericordia de nuestro Padre celestial. De hecho, su misericordia jamás pasa por alto ni anula la verdad y la justicia, sino que las necesita como cimiento para que la luz de Dios nos señale el camino correcto.

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FIJAR LA MIRADA EN EL PADRE

“Mírame en la cruz, mira cómo mantengo la mirada fija en el Padre” (Palabra interior).

Tanto durante su vida terrenal como en la hora de su muerte, Nuestro Señor mantuvo la mirada puesta en el Padre. Todo se centraba en Él: cumplió su misión hasta el final para llevar a cabo la obra del Padre y su anhelo era volver a Él.

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LA SABIA GUÍA DE NUESTRO PADRE

“Haz tú lo que puedas, pide lo que no puedas, y Dios te dará para que puedas” (San Agustín).

Una vez que hemos emprendido el camino de seguimiento del Señor, nuestro Padre nos toma a su servicio y nos confiere mucha responsabilidad. Nunca deberíamos rendirnos ante las dificultades que puedan presentarse en nuestro camino y que tienden a «inflarse», mostrándose más grandes de lo que realmente son. Esto también se aplica a situaciones que parecen insuperables. Es aquí donde se nos invita a poner en práctica la frase de San Agustín: avanzamos hasta donde podemos y, llegados a este punto, pedimos a nuestro Padre la gracia para afrontar de manera correcta lo que tenemos por delante y nos sobrepasa.

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