Una alegría para los ángeles

Ef 3,8-12

Lectura correspondiente a la memoria de San Ambrosio

A mí, el menor de todos los santos, me fue concedida la gracia de anunciar a los gentiles la insondable riqueza de Cristo, y esclarecer cómo se ha dispensado el misterio escondido desde los siglos en Dios, creador del universo, para que la multiforme sabiduría de Dios se manifieste ahora a los principados y a las potestades en los cielos, mediante la Iglesia. De este modo, Dios ha realizado su designio eterno en Cristo Jesús, Señor nuestro, quien, mediante la fe en él, nos da valor para llegarnos confiadamente a Dios. Por eso os ruego que no os desaniméis por las tribulaciones que por vosotros padezco, pues ellas son vuestra gloria.

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El Señor es nuestra roca

Is 26,1-6

Aquel día se entonará este cantar en tierra de Judá: “Ciudad fuerte tenemos; murallas y antemuro la protegen. Abrid las puertas, que entre gente fiel, que guarda la lealtad. Su ánimo es firme, atesora la Paz, porque en ti confió. Confiad siempre en Yahvé, pues Él es nuestra Roca eterna: derrocó a los habitantes de la altura, abatió la villa inaccesible; la hizo caer por tierra, la obligó a morder el polvo. La pisotean los pies de los pobres, las pisadas de la gente humilde.

El núcleo del mensaje de este día es la invitación a confiar en Dios, para que Él mismo sea nuestra “ciudad fuerte”. Sabemos que todo se desvanece, y es por eso que es tan importante que en Dios pongamos nuestra esperanza, y que en esta fe afrontemos todas las adversidades de la vida.

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Los ojos de la fe

Is 25,6-10a

En aquellos días, preparará el Señor Sebaot para todos los pueblos en este monte un convite de vinos generosos: manjares sustanciosos y gustosos, vinos generosos, con solera. Rasgará en este monte el velo que oculta a todos los pueblos, el paño que cubre a todas las naciones; acabará para siempre con la Muerte. Enjugará el Señor las lágrimas de todos los rostros, y acabará con el oprobio de su pueblo en toda la superficie del país. Lo ha dicho el Señor. Aquel día se dirá: “Aquí tenemos a nuestro Dios: esperamos que él os salvara; él es el Señor, en quien esperábamos; celebremos con alegría su victoria. La mano del Señor reposa en este monte.”

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El encargo recibido

1Cor 9,16-19.22-23 (Lectura correspondiente a la memoria de San Francisco Javier)

Predicar el evangelio no es para mí ningún motivo de vanagloria, pues estoy bajo el deber de hacerlo. ¡Ay de mí si no predico el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa; y si lo hiciera forzado, al fin y al cabo es una misión que se me ha confiado. Ahora bien, mi recompensa consiste en predicar el Evangelio gratuitamente, renunciando al derecho que me confiere su proclamación. Efectivamente, a pesar de sentirme libre respecto de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los que más pueda. Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos para salvar a algunos al precio que sea. Y todo esto lo hago por el Evangelio, para ser partícipe del mismo.

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