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HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 1,1-12): “La Ascensión del Señor”
Tras la serie en la que hemos meditado intensamente el Evangelio de San Juan, concluyendo con los relatos de la Resurrección, se presta a continuar con el Libro de los Hechos de los Apóstoles, que inicia con la Ascensión. En esta nueva serie escucharemos e interiorizaremos cómo la Iglesia naciente cumplió su misión, para que nunca desfallezca nuestro celo por anunciar el mensaje de la salvación a los hombres de hoy en día.
Como indiqué al principio de la serie sobre el Evangelio de San Juan, si alguien prefiere escuchar una meditación sobre la lectura o el evangelio del día, encontrará el respectivo enlace al final del texto.
El Evangelio de San Juan concluyó con estas palabras: “Hay, además, otras muchas cosas que hizo Jesús y que, si se escribieran una por una, pienso que ni aun el mundo podría contener los libros que se tendrían que escribir” (Jn 21,25). En los primeros versículos de los Hechos de los Apóstoles se explican en parte estas palabras, pues está escrito que Jesús se apareció durante cuarenta días a sus discípulos antes de ascender al cielo para instruirlos y prepararlos para su tarea: leer más
LA IRA DE DIOS
“Incluso cuando los hombres experimenten mi ‘ira’, han de saber que los amo y los llamo a la conversión” (Palabra interior).
El concepto de la «ira de Dios» puede infundir miedo a las personas. Sin embargo, debemos aprender a entenderla correctamente desde la perspectiva del amor de nuestro Padre. Debido a nuestra libertad, nuestro Padre permite que hagamos el mal. Por tanto, somos capaces de abusar de nuestra libertad y, en cierta forma, emplearla en contra de Dios. Si no fuera así, seríamos como criaturas irracionales, sin capacidad de elección y siguiendo instintivamente las leyes preestablecidas de la naturaleza.
EVANGELIO DE SAN JUAN (Jn 21,20-25): “Juan, el testigo”
Se volvió Pedro y vio que le seguía aquel discípulo que Jesús amaba, el que en la cena se había recostado en su pecho y le había preguntado: “Señor, ¿quién es el que te va a entregar?” Y Pedro, al verle, le dijo a Jesús: “Señor, ¿y éste qué?” Jesús le respondió: “Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme”. Por eso surgió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: “Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?” Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero. Hay, además, otras muchas cosas que hizo Jesús y que, si se escribieran una por una, pienso que ni aun el mundo podría contener los libros que se tendrían que escribir. leer más
EVANGELIO DE SAN JUAN (Jn 21,15-19): “El ministerio de Pedro”
Cuando acabaron de comer, le dijo Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Le dijo: “Apacienta mis corderos”. Volvió a preguntarle por segunda vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Le dijo: “Pastorea mis ovejas”. Le preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez: ‘¿Me quieres?’, y le respondió: “Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero”. Le dijo Jesús: “Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras más joven te ceñías tú mismo y te ibas adonde querías; pero cuando envejezcas extenderás tus manos y otro te ceñirá y llevará adonde no quieras” -esto lo dijo indicando con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: “Sígueme”.
VIGILANCIA, VALENTÍA Y RECOGIMIENTO
“Vigilancia, pero sin miedo; valentía, pero sin temeridad; recogimiento, pero activo” (Palabra interior).
He aquí un consejo sobre cómo podemos vivir de forma fructífera nuestro seguimiento de Cristo. La vigilancia forma parte de nuestro equipamiento básico como cristianos. No se trata solo de identificar y rechazar los insidiosos ataques del diablo, sino de estar atentos a toda nuestra forma de vivir, conforme a la exhortación del Apóstol San Pablo: “Mirad atentamente cómo vivís; que no sea como imprudentes, sino como prudentes; aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos” (Ef 5,15-16).
EVANGELIO DE SAN JUAN (Jn 20,30-31; 21,1-14): “La aparición de Jesús en el Lago de Tiberíades”
Muchos otros signos hizo también Jesús en presencia de sus discípulos, que no han sido escritos en este libro. Sin embargo, éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre. Después volvió a aparecerse Jesús a sus discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se apareció así: estaban juntos Simón Pedro y Tomás, el llamado Dídimo, Natanael, que era de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Les dijo Simón Pedro: “Voy a pescar”. Le contestaron: “Nosotros también vamos contigo”. Salieron y subieron a la barca. Pero aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amaneció, se presentó Jesús en la orilla, pero sus discípulos no se dieron cuenta de que era Jesús. Les dijo Jesús: “Muchachos, ¿tenéis algo de comer?” “No” -le contestaron. Él les dijo: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis”. La echaron, y casi no eran capaces de sacarla por la gran cantidad de peces. Aquel discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: “¡Es el Señor!” Al oír Simón Pedro que era el Señor se ató la túnica, porque estaba desnudo, y se echó al mar.
LA DIVINA PROVIDENCIA TODO LO GOBIERNA
“La divina Providencia todo lo gobierna, y lo que nosotros consideramos un mal es un remedio” (San Jerónimo).
Estas palabras suponen un desafío espiritual y deberían infundirnos una fe más profunda. Por razones comprensibles, todos nos resistimos a los males que puedan sobrevenirnos, y es correcto que lo hagamos, pues no se puede tolerar el mal sin más. Sin embargo, puesto que nuestro Padre Celestial integra incluso los males en su plan de salvación, Él se valdrá de ellos para el bien de los suyos. Aquí hay que hacer una distinción tan sutil como esencial: Dios nunca puede querer activamente un mal, pero puede permitirlo y convertirlo así en una medicina que nos sane y fortalezca.
EVANGELIO DE SAN JUAN (Jn 20,24-29): “Dichosos los que creen sin haber visto”
Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!” Pero él les respondió: “Si no le veo en las manos la marca de los clavos, y no meto mi dedo en esa marca de los clavos y meto mi mano en el costado, no creeré”. A los ocho días, estaban otra vez dentro sus discípulos y Tomás con ellos. Aunque estaban las puertas cerradas, vino Jesús, se presentó en medio y dijo: “La paz esté con vosotros”. Después le dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”. Respondió Tomás y le dijo: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús contestó: “Porque me has visto has creído; dichosos los que no han visto y han creído”.
NO DAR CABIDA A LA TRISTEZA
«La tristeza es un gran obstáculo: sofoca la vida, empaña la luz y extingue el fuego del amor» (Juan Taulero).
Los maestros de la vida espiritual nos advierten insistentemente contra los pensamientos lúgubres a los que damos cabida en nuestro interior. Los padres del desierto los designan como “tristitia”, refiriéndose a una tristeza desordenada. Esta es totalmente distinta a la tristeza que podemos sentir por nuestros pecados personales y que lleva al arrepentimiento, o a la tristeza por los pecados del mundo, que nos lleva a orar y sacrificarnos por la humanidad.