Sobre la hipocresía  

Mt 23,27-32

En aquel tiempo, habló Jesús diciendo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia! Así sois también vosotros, que por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de maldad. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, porque edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos, y decís: ‘Si nosotros hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no habríamos participado con ellos en el asesinato de los profetas’! Diciendo eso atestiguáis contra vosotros mismos, pues confirmáis que sois hijos de los que mataron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!”

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Los respetos humanos 

1Tes 2,1-8

Bien sabéis vosotros, hermanos, que nuestra ida a vosotros no fue estéril, sino que, después de haber padecido sufrimientos e injurias en Filipo, como sabéis, confiados en nuestro Dios, tuvimos la valentía de predicaros el Evangelio de Dios entre frecuentes luchas. Nuestra exhortación no procede del error, ni de la impureza ni con engaño, sino que así como hemos sido juzgados aptos por Dios para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos, no buscando agradar a los hombres, sino a Dios que examina nuestros corazones. Nunca nos presentamos, bien lo sabéis, con palabras aduladoras, ni con pretextos de codicia, Dios es testigo, ni buscando gloria humana, ni de vosotros ni de nadie. Aunque pudimos imponer nuestra autoridad por ser apóstoles de Cristo, nos mostramos amables con vosotros, como una madre cuida con cariño de sus hijos.

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La ceguera de los pastores  

Mt 23,13-22

En aquel tiempo, habló Jesús diciendo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis, pero además impedís el paso a los que están entrando. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, lo hacéis hijo de la condenación el doble que vosotros! ¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: ‘Si uno jura por el Santuario, eso no es nada; mas si jura por el oro del Santuario, queda obligado’! ¡Qué necios sois y qué ciegos! ¿Qué es más importante, el oro o el Santuario que hace sagrado el oro? Y también: ‘Si uno jura por el altar, eso no es nada; mas si jura por la ofrenda que está sobre él, queda obligado.’ ¡Qué ciegos estáis! ¿Qué es más importante, la ofrenda o el altar que hace sagrada la ofrenda? Quien jura, pues, por el altar, jura por él y por Aquel que lo habita. Y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por Aquel que está sentado en él.” leer más

Sanación interior en Dios (Parte IX)

En la meditación de ayer, comencé a abordar la «sanación del subconsciente». Antes de seguir profundizando en el tema, me gustaría citar un verso del Salmo 19: «¿Quién se da cuenta de sus yerros? De las faltas ocultas, límpiame» (Sal 19, 13). Aunque en este caso se hace referencia a faltas que implican culpa, podemos adaptar estas palabras y dirigirlas como petición al Señor: «De las cadenas de las que no soy consciente, líbrame. ¡Que no tengan dominio sobre mí!».

El siguiente ejemplo nos ayudará a entender a qué me refiero con la «sanación del subconsciente».

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Sanación interior en Dios (Parte VIII)

Antes de pasar a otro aspecto relacionado con la sanación del alma, que se distingue en cierto modo de los subtemas anteriores, me pareció muy importante explicar este proceso clásico de sanación a través de la sencilla práctica de la verdadera fe católica.

Desde el principio de esta serie, he insistido en que la verdadera fe es una condición esencial del proceso de sanación interior. Con esto no solo me refiero a que debemos evitar recurrir a terapias cuestionables que se ofrecen en el ámbito esotérico, sino también a que debemos aferrarnos a la fe tradicional dentro de la Iglesia, sin dejarnos contagiar por las deformaciones modernistas. Cualquier desviación tendrá consecuencias que frenarán o impedirán la sanación interior. En el peor de los casos, las heridas del alma pueden incluso agravarse.

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