“Santificado sea tu nombre” (Mt 6,9).
El Nombre de nuestro Padre debe ser santificado por los hombres en la Tierra, así como sucede sin duda en el cielo, donde los ángeles y los santos adoran a nuestro Padre con reverencia y amor, como describe el Libro del Apocalipsis: “Y todos los ángeles estaban de pie alrededor del trono, de los ancianos y de los cuatro seres vivos, y cayeron sobre sus rostros ante el trono y adoraron a Dios, diciendo: ‘Amén. La bendición, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, el honor, el poder y la fortaleza pertenecen a nuestro Dios por los siglos de los siglos’” (Ap 7,11-12).