La «discreción» nos ha llevado a reconocer la crisis actual de la Iglesia como un peligro para los fieles, a percibir cómo su testimonio para el mundo se ha oscurecido y a ver, más allá del ámbito humano, a los «principados y potestades» que traman maldades contra «el Señor y su ungido», y que a menudo son los que mueven los hilos de todo aquello que usurpa la gloria a Dios y perjudica a los hombres.
Para tener un cuadro más exhaustivo en el sentido del discernimiento de los espíritus, también conviene que echemos un vistazo a la situación actual del mundo. No es difícil constatar que naciones enteras se encuentran bajo el dominio de las tinieblas. Incluso países que en otros tiempos eran cristianos han abierto las puertas a grandes males, introduciendo políticas abstrusas, tales como el aborto, la ideología de género, entre otras. Como resultado, los poderes del mal han logrado que tales estados –con unas pocas excepciones– pertenezcan a aquellos reinos sobre los cuales gobierna Satanás. Si a esto sumamos las guerras y las injusticias asociadas a ellas, nos encontraremos frente a un mar de espanto, lleno de corrupción e impureza.